Mi Manuel

-170 - le asentaba mal el cambio de vida; sus hijos parecían fuertes sanos. -"¿Extrañas Lima?" le pregunté y una nube de triste/ pasó por sus ojos, sin darme más· respuesta; no insistí y la se~ guí hasta el cuarto preparado para recibirnos. Luego pasamos al comedor y largo rato permanecimos allí sentados, descansando y escuchando las bellísimas narraciones imaginativas de Francisco, de nuevo en su elemento. Podía perorar un rato ante sus empleados y dominar allí a los que lo escuchaban, pero en realidad . no podía ser feliz ni haber realizado sus grandes sueños al casarse con mujer rica y vivir en ese medio, tan distinto al que estaba acostumbrado e~ Lima: Vida de sociedad rumbosa, rodeado de sus amigos del "Club Nacional", donde ocupaba un lugar preponderante. Muchas veces Manuel les había aconsejado que alquilasen la hacienda y con esa renta fuesen a Europa a gozar de su pla- ta o viviesen los dos juntos en Lima, en ese bienestar trarniuilo de buenos burgueses. Varias ofertas habían tenido en ese sen- tido y hasta una compañía inglesa les había ofrecido hacer una escritura muy ventajosa; pero Josefina se encaprichaba "¡que trabaje mi Pancho, en lugar de dar a ganar a los gringos!" ... Palabras textuales que nos repitió varias veces a Manuel y a mí. Pero "su Pancho" no tenía dedos para organista, ni enten- día de sembrar y cultivar la tierra. Un hombre de salón no se improvisa chacarero por un simple acto de voluntad, resultan- do un puro fracaso su intervención y lo peor, sin siquiera lle- varse de la experiencia de los que lo rodeaban y aconsejaban. Bien pronto Manuel se dió cuenta de lo que pasaba y con cierto placer egoísta me decía: -"Oreen que he sido un tonto en no casarme con una mujer rica y en realidad he sido el más sabido de todos". Palabras que me envanecían y de las que yo misma palpaba la verdad, puesto que éramos felices. Una tarde a la hora de comer y estando ya todos reunidos, se presentó un pobre indio queriendo hablar al "Patrón". Era un yanacón, traído delante de Francisco se arrodilló a sus pies y tomándole la mano se la besó: -"Taitito, le dij o muy humil- demente, te vengo a pedir por favor me prestes una yunta para labrar mi campo". -"Levántate hijo, contestó Francisco con un gesto señoril, no sólo te la presto, sino que te la regalo". Por

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx