Mi Manuel

-165 - <litar sobre problema tan inaccesible. Reposaba mi espíritu al leer su concepción sincera de nuestro "más allá", tan distinto a los rigores del dogma católico, basado sobre el temor a la muer- te y al infierno que todavía a ratos inquietaban mi conciencia. -"Mira, Manuel, le decía yo, -"a ciegas me entrego a tí".- "No tengas miedo, me contestaba él abrazándome, no puede haber más que un camino: El basado sobre nuestra buena fe". Seguían más numerosos cada día los adictos a la "Unión Nacional", aunque habían ya sus desertores y hasta sus traido- res, pues uno de ellos Carlos V., secretario de Oáceres, iba a palacio al salir de las reuniones·, a darle cuenta al Presidente de lo ocurrido y dicho -en cada sesión. Cuando se supo y trata- ron de expulsarlo del partido, no faltó todo un doctor Patrón gran amigo .suyo, para defenderlo: -"Carlos V. es suyo, cuer- po y alma, don Manuel", repetía el visionario doctor, a pesar de todas las pruebas contra él y aun oigo resonar sus palabras en mis oídos. Todos los viernes se reunían en casa por la noche y hasta se hacía necesario cerrar las ventanas para que los vecinos no se alarmaran por los gritos y palabras subversivas de algunos de ellos. También se suscitaban acaloradas discusiones en las que a veces Manuel tenía que intervenir para apaciguar los ánimos. Lo mejor era que hasta a mí, hacían extensivos sus renco- res; cuando por una razón -u otra no estaban de acuerdo, deja- ban de comer los pasteles y helados que yo les hacía servir en la sala, al final de la reunión. Sólo cuando había reinado la paz en- tre ellos, manifestaban su agrado comiendo todo lo que el ma- yordomo les había servido. Parecían cosas de chicos, realmen- te esas alternativas estomacales, dándonos risa a Manuel y a mí después. Algunos querían ejercer presión despótica sobre los demás, formando bandos aparte; de allí discusiones inacabables: Abe- lardo Gamarra y Pablo Patrón no se podían ver; Carlos G. Amé- zaga era el más batallador y agresivo, soñando con poner bom- bas de dinamita en los confesonarios para volar frailes y bea- tas. Víctor Maurtua y Luis Ulloa al pelear hacían de cada se- sión un concurso vocal; el primero grandazo y de voz estentó- rea, cubría hasta los ruidos de los prismas de cristal de la ara-

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