Mi Manuel

-161 - pasados a su lado y ya sabía a qué atenerse sobre sus entusias- mos oratorios. Francisco se exaltaba tanto al hablar que a veces se olvida- ba hasta de comer; otras, lo hacía sin notarlo reprochándome después haberme olvidado de servirlo. En fin hasta se comía las cáscaras del queso y de la fruta inadvertidamente, provocan- do la risa de todos. Un día estando solos los dos, me habló muy seriamente: -"Adriana, ya que Manuel la quiere tanto, debería usted tra- tar de convertirlo". -"También le hablaré francamente, le con- testé: -"Soy tan religiosa como usted puede serlo; pero cuan- do me casé ya sabía de sus ideas y ahora no me toca reprochár- selas. Es un convencido de buena fe y no me creo con el derecho de amargarle la vida con riñas diarias en que puede fracasar nuestro amor. Ese cariño nuestro es sagrado: es la base de nues- tra unión y sería pagarle muy mal el haberme elegido y prefe- rido a otras. . . que hasta le ofrecieron. . . ¡Sólo Cristina pudo pedirme sacrificios! pero, ella muerta ... " Callado se quedó Francisco al oírme y nunca más me habló al respecto. Otra vez, al venir Francisco de· su hacienda, llegó muy es- candalizado de lo que había ocurrido allá en esos días; poco a poco nos refirió el motivo de su descontento. Manuel llevaba siempre un lápiz en el bolsillo de su saco y con disimulo iba anotando en un papel todo lo que Francisco nos iba diciendo. Después que acabó de hablar, mi hermano estando presente y también lo había oído, Manuel nos leyó sus apuntes. Era un furibundo ataque a los frailes descalzos que en meses anterio- res habían hecho misiones en Cañete y en su hacienda de Cerro Alegre. Parecían muy poco edificantes, religiosamente hablan- do, los resultados obtenidos, aunque muy fructuosos para el au- mento y la mejoría de la raza indígena, ya que los r everendos eran españoles "de pura cepa" como pregonaban orgullosamen- te todos ·ellos. Atónito se quedó Francisco al oir la relación fiel y espon- tánea de su propio relato. Espantado cogió su sombrero, mien- tras repetía: -"¡Señor por Dios, como he podido decir esto; me voy a confesar, no sea que me dé un ataque y de repente me muera en estado de pecado mortal" ... Nosotros lo dejamos partir, riéndonos, pues resultaba joco- so su arrepentimiento, después de su desahogo. Manuel guardó

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