Mi Manuel

- 160 - Por eso Manuel y desde el principio, había resistido ta t a formar la Unión Nacional; más que su voluntad, fueron nl 0 · t · 1 · 1 t as c1rcuns ancias y os amigos que o arras raron a la política. En realidad no sufrió decepciones al respecto, porque nu _ ca se hizo ilusiones, como Jo creen muchos: -El desfile de s~s amigos encabezados por Morales Bermúdez le había quedado grabado para siempre: nunca. lo olvidó. Manuel cumplía simplemente un deber de conciencia, al es- cribir como lo hacía y a menudo se lo reprochaban amigos ti- moratos entre ellos su gran amigo Agustín Obín y Charún: -"¿Qué sacas con echarte encima el odio de toda una casta de aquellos que son los representantes de tu propio abolengo?" Ma- nuel se reía al oírlo y como ~ra bastante sordo el amigo y anti- guo condiscípulo, Manuel le palmeaba irrespectuosamente la es- palda, diciéndole: -"¡Grandísimo farsante, vividor y sinver- güenza!" ... que sin duda el otro no oía, pues. seguía sonriéndo- se beatíficamente. También venía a menudo mi cuñado Francisco, que tenía especial afición a la comida de mi casa, pues me había provis- to de una buena cocinera: la zamba Teresa y de un buen libro de cocina francesa, que mi papá me había comprado donde Mme. Rosa y al salir del colegio. Al dármelo me había dicho: -"Ma petite Adrienne,_de hoy en adelante, este libro debe reem- plazar para tí la Imitación de Cristo o cualquier otro de tu de- voción; en él está gran parte del secreto para ganar el cariño de los que te rodeen: por la boca peca el pez". Todo etsto me lo había dicho mi papá riéndose, por supuesto, pero en el fondo contenía 'gran parte de verdad que comprendí y aproveché. Pues así, apreciaba mucho Francisco los buenos bocados de nuestra mesa; gran amigo de mi hermano, muy a menudo se aparecían los dos juntos a las horas de comer. Entonces era que lucía Francisco sus talentos oratorios, todos escuchándolo: Ma- nuel por callado, mi hermano por pensar como él y cuando Ga- marra se agregaba a ellos, lo que también sucedía con frecuen- cia, él le bebía las palabras, admirando sinceramente sus dotes de orador que fogosamente lucía sin que nadie lo contradijera. Hasta yo a veces, me dejaba coger en la red de su flamante elo- cuencia y cuando se lo manifestaba a Manuel, él siempre escép- tico se cont~ntaba con alzar los hombros diciéndome: -"Visio- nes de Francisco", pues él tenía cuarenta años de experiencia

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