Mi Manuel

-158 - tagioso contacto: primero con jabón, lt_:ego con alcohol y por fin con un desinfect~nte."Manuel, e~tranado,. ~e preguntó qué me pasaba y le conte: - Pobre muJer, me d1Jo, te quiso hacer un cariño". Olvidé el desagradable incidente y días después las volví a visitar y repitió la misma escena, volviéndome otra vez a casa, tomando de nuevo precauciones higiénicas. Esta vez Manuel se alarmó y me prohibió volver a ir: -"No vayas más insistió, ese mal es muy contagioso y la infeliz lo ignora". ' Tres días después moría la señora, era el 11 de mayo de 1889; fuí entonces como era mi deber, a acompañar a mi po- bre amiga, que recordando a su madre me contaba las últimas escenas de su vida, diciéndome de su especial afán de alejarla de su lado: -"¿Qué sabía de su mal tu madre?" le pregunté con gran extrañeza. -"¡Sí, me contestó ella, no me permitía besarla y exigía que todos los objetos de su uso, estuviesen separados de los nuestros!" -"Pues entonces, le dij e yo con espanto, tu madre era una criminal: las düs últimas veces que vine, me jaló hacia ella dándome un beso en la boca!" ... Nada me pudo contestar la hija; yo quedé horrorizada ante este intento · infa- me. Con razón instintivamente, siempre me había sido a:r;tipá- tica; celosa de mi felicidad, de seguro la señora había querido contagiarme su mal. A Manuel no le extrañó tanto como a mí el caso de la per- versa mujer, juzgándolo con su pesimismo de siempre, sólo co- mo un nuevo caso de la maldad humana. Pocos días después regresamos a Lima, algo apaciguado nuestro dolor pasados esos· cinco meses en nuestra soledad, fren- te al mar. Gamarra había sido el único en infringir nuestros deseos de aislamiento viniendo a menudo, tenaz en sus propósitos de "salvar al Perú" como repetía ... Un día se nos presentó acompañado de una señora que se decía "viuda de la guerra", des-eosa de conocer a Manuel y ma- nifestarle su admiración por las valientes frases de su discurso del Politeama. Muy entusiasta se mostró la señora, extrañada no más, de que todo el Perú no estuviese como ella a los pies de Manuel. Yo algo recelosa ante esa exuberante exaltación, la escu- chaba callada, mirándola no más. Hasta que al fin parándose para despedirse, abrazó a Manuel: -"Tengo una hija de 18

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