Mi Manuel
157 - Sea como quiera, insisto en repetir que nunca comprendí a la "heroica matrona". Luego sin remontarnos tan lejos, recordábamos nuestros primeros y accidentados amores, que nos hacían olvidar nues- tras últimas tristezas y en un nuevo impulso de cariño, nos dá- bamos un gra'n beso de amor . . También allí, ante esa calma del mar en las noches de lu- na y como contraste, recordaba él, las amargas veladas en el Pino, cuando en vísperas de la batalla aun esperaban vencer a los chilenos, aunque todo hacía prever ya la derrota; reinaba el mayor desorden; faltaba franela para los saquetes del cañón, teniendo que reemplazarla con sus propias camisetas; olvidán- dose tres días de proveerlos de alimentos, a lo que suplió su ma- dre al saberlo, mandando una carretada de víveres. Luego el desatinado afán de Piérola en mandarles confesarse, en lugar de levantarles el ánimo frente al enemigo: "¡Para prepararnos a bien morir!" decían los infelices semi-serios y burlones. -' 'Lo mejor", añadía riéndose Manuel ahora, pero yo sé que entonces le había dado inucha cólera al saberlo, "es que si me toca una bala, me habrían creído beato, pues en casa me forraron mi tú- nica de detentes y escapularios". -"Menos mal que no te mataron; tal vez fué lo que te sal- vó", le repliqué yo muy convencida, del patente milagro. A mí no me gustaba que recordara esos tiempos que enar- decían su rabia y lo tranquilizaba, haciéndole cariño. Desde meses atrás vivía también en el Barranco la familia de Juanita Wylemann; la madre más enferma que nunca ha- bía regresado de la sierra, no esperando más que el término de su mal; ·tisis a la laringe, había diagnosticado su médico, el doc- tor Carvallo, no quedando más que cuidarla con todo cariño, sabiéndola perdida. Nuestros ranchos eran cercanos y alterná- bamos nuestras visitas algo cortas, pero de sincero cariño. En los primeros días de mayo, nosotros también seguíamos aún allí, temerosos de regresar a Lima para no encontrarnos otra vez frente a nuestros dolorosos recuerdos. En una de mis visitas a J uanita, encontré a su madre sola en la sala, sentada en un si- llón y al acercarme a darle la mano, ella en un gesto brusco e inesperado, me jaló el brazo y acercada a ella, aprovechó para darme un beso en la boca. Al sentir sus labios afiebrados en los míos, me escapé corriendo para mi casa, a lavarme del con-
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