Mi Manuel

XIII REMINISCENCIAS Allá en la huerta frente a la muerte, al lado de nuestra hermana moribunda, había yo visto la reacción de cada uno: Francisco, devoto y pusilánime, tembló de miedo; Josefina, su mujer, ni siquiera había aportado, huyendo ante el dolor en su frío egoísmo; en Manuel, la reacción fué de rebelión contra Dios a quien negaba, pero que admitía para reprocharle su injusti- cia; Isabel, de simple conformidad ante la voluntad de Dios ... Yo, tal vez sin saberme juzgar, creo que lo que sentía era únicamente inmensa pena, al ver desaparecer a mi fiel amiga. Por las noches, sentados los dos frente al mar, conversába- mos y al escuchar a Manuel, yo comprendía que su corazón des- bordaba de ira concentrada, contra ese fanatismo de su familia que como un trapiche había laminado, pulverizado la voluntad de sus hermanas: -"Todo tenían para ser felices, me decía, y una se había vuelto un ser dnormal, en su ansia de sufrir para imitar a Cristo; la otra, catequizando a los demás, para adquirir mayor gloria en el cielo: Ambas extraviadas y desgraciadas". A otro rato recordaba a su madre a la que adoraba y de la que rara vez me hablaba, sabiendo de mi re-sentimiento, ai re- chazarme injustamente. Respecto a eso me contó lo que enton- ces había callado. Un antiguo -amigo de la familia, rico, de alta alcurnia o al menos como pretenden serlo todos, se había presentado y de un modo disimulado, aunque bien claro, le hizo entrever su deseo de que se uniesen sus dos familias, casándose Manuel con su hija. Su madre lo había consultado y al decirle: -"¡Yo no soy Francisco, a mí no me casan!" le había decla- .rado quererme. De allí la reacción ofensiva de su madre contra

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