Mi Manuel

-153 - lores, con sus siete puñales clavados en el corazón, todo habla- ba de dolor y parecía imponerse como base de su creencia. Comprendí que Manuel tenía razón en sublevarse y más pe- na me daba no poder defender a la que había sido mi apoyo, mi tierna amiga. Cuántas veces habíamos conversado juntas, cuan- do con la bebecita en los brazos, recordando ella .su vida con su marido, hablándome de él aun con amor. Ella creía sin duda que yo ignoraba su traición y no hacía referencias. sino a los bue- nos recuerdos que conservaba de él y de los cuales seguramente no se atrevía a hablar con los demás, "que sabían". "Muy mañoso era Domingo, me decía, pues como yo era aún muy niña, de 16 años no más cuando me casé fué a mi ma- má a quien conquistó para llegar a mí, como sucedió; pues ella me impuso ese matrimonio, y lo acepté casi inconsciente". Después me hablaba de sus esperanzas en tener un niño y de su mala suerte en la hacienda, al caerse del caballo y abor- tar: -¡Qué distinta habría sido mi vida si logro tener ese ni- ño!". Luego recordaba yo también sus consejos tocante a la re- ligión, rogándome no dejara a Manuel escribir "sus. impieda- des". Realmente, nadie mejor que ella me podía convencer, enar- deciendo mi fe cristiana. Al contarle a Manuel esos últimos de- - talles, él estalló: -"¿No había escarmentado bastante con su marido? ¡Nos habría separado, seguramente, pues veo que tú mucho la escuchabas! ... " Si, bien lo comprendía, yo habría se- guido sus consejos, le tenía veneración y tal vez de veras, habría sido motivo de muchas luchas entre nosotros dos.

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