Mi Manuel

-151 - tarnos juntos. No me negué a seguir su voluntad, aunque me pa- reció una locura. En fin, pasados los primeros y más amargos momentos, volvimos a la razón, animándonos mutüamente, el uno, conso- lando al otro. Cristina con su ahijadita en los brazos·, me repetía: -"¡Tras de ella me voy; de la mano me va a llevar al cielo!" y abrazaba el cuerpo inerte de la pobrecita, que no podía protestar. Al saber esa muerte, vino Isabel a verme, junto con Marga- rita y, sin cruzar palabra conmigo, abrazaron a la que sólo ve- nían a conocer después de muerta. Yo estaba tan decaída, que ni ánimo tuve para rechazarlas, cuando después se me acerca- ron a besar. Creo que el rencor también se anonada ante el do- lor; yo que me había prometido no volverlas a ver; quedé iner- te ante sus cariños: Estaba vencida ... Tres días después partíamos para el Barranco, huyendo de esa cuna vacía y demás testigos mudos que tan tiernamente nos hablaban de la Desaparecida. Volvimos a ese mismo rancho a orillas del mar que habíamos dejado con tanta esperanza en el corazón y al que volvíamos tan decepcionados. Cristina nos acompañaba; felizmente la habíamos convencido del provecho que le harían el aire, los baños de mar y algo nos consolaría su presencia. Mucho nos afanábamos en que comiera; ella se dejaba ha- cer, pero su estómago destruído por tanto ayuno, rehusaba ya alimentos y los devolvía nerviosamente. Sin embargo, parecía mejorar algo con nuestros cuidarlos y pens·ábamos se restable- ciera poco a poco. No habíamos contado con la devoción que la dominaba y pasados los quince días, habló de ir a confesarse en los Descalzos. No la pudimos detener y tres días después r e- cibíamos el aviso de que le era imposible volver, por sentirse mal y que fuésemos a verla. Esa llamada nos alarmó, temiéndo- lo todo en ese estado de debilidad en que estaba y el renovado ayuno lejos de nosotros, pues Isabel aprobaba mucho esas devociones exageradas de su hermana mayor. Partimos a Lima y encontramos a nuestra querida Cristina ya en cama sin fuer- zas para levantarse. Llegamos cuando le estaban poniendo los Santos Oleos con el pretexto de que le "levantaría el ánimo", co- sa absurda que por el contrario la abatió, pues nadie puede pre-

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