Mi Manuel

-149 - juventud ansiosa de verdad y de nuevo un verdadero triunfo so- bre esos moralmente "viejos que mandaba a la tumba, llaman- do a los jóvenes a la obra". Mientras en casa Cristina me había reemplazado al lado d9 mi hijita, yo pude asistir en un palco, al lado de Manuel,- a ese triunfo de sus ideales. Pero los frailes también empezaron a comprender que un nuevo enemigo se les enfrentaba y días después, Cristina me es- cribía una dolorosa carta quejándose de las batallas que Manuel emprendía contra la iglesia. Le habían enseñado la lección y me la repetía para rogarme que hiciera callar a Manuel. Por otro lado los viejos escritores envidiosos de ese éxito junto con los malos políticos, iniciaron un nuevo método de ataque, diciendo que Manuel no respetaba ni a sus amigos, in- sultando a Ricardo Rossel al decir: "pero en la prosa reina siem- pre la mala tradición ese monstruo engendrado por las falsifi- caciones agridulcetes de la historia y la caricatura microscópi- ca de la novela". Claro que la alusión no era al inofensivo poeta Ricardo Ro- ssel el cantor del "Kepí Rojo", sino a los que ensalzando los vi- cios de los antepasados y sobre todo falsificando la verdadera historia, fraguan leyendas desmoralizadoras, alabando lo que debe ser excecrado. Puede ser muy graciosamente expresado; dicho con más o menos picarezca malicia; pero no es la mane- ra de corregir una sociedad tan naturalmente llevada a imitar lo malo ; en que cada zambilla criolla o agraciada mestiza, se haga un modelo de las depravadas marquesas, o de las libidino- sas perri-cholis del tiempo de la Colonia. Por supuesto, todos los escritores no son para enséñar la Doctrina Cristiana; pero si un hombre honrado levanta la voz para corregir a un pueblo, tampoco tienen el derecho de aca- llar esa voz, tratándolo de loco, ni de insultarlo bajo el cana- llezco anónimo. · Y ahora, lo que he dicho cien veces, quiero repetirlo una vez más: Nunca puede existir paralelo entre esos autores y Manuel; son antípodas. Los primeros pueden hacer reír, Manuel debe siempre hacer pensar y tal vez llorar, al que medite y compren- da la verdad de sus escritos. Alaben a los primeros si les agrada; pero ¡por favor! nun- ca junten sus nombres ni siquiera mentalmente.

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