Mi Manuel

- 147 - lista, a los defensores de las valientes ideas, suscitándose una violenta polémica. Con la naturalidad que pasa el tiempo y llegan todas las. co- sas a su fin, llegó para mí el momento deseado y temido a la vez. Ya Cristina en esos últimos días se quedaba a dormir en casa para acompañarme en el doloroso trance. La Rafaela Aran- da, experta comadrona, recomendada por el doctor Flores, fué llamada y una morena Simona, conocida de Cristina, vino para ser simple ama seca, no queriendo yo, ceder a nadie mis natu- rales deberes de mamá. En la noche del 13 al 14, minutos antes de las 12, nació mi hijita, yo algo decepcionada de que no fuese varón. Algo me consoló la alegría de Cristina y Manuel mostrándose encanta- dos de que fuese muJer: -"Nos acompañará siempre", dijo Ma- nuel, -"Será más cariñosa", añadió Cristina. Días antes, Cristina había traído el aceite del Santísimo de una capilla especial de su devoción, que al acabar y apagarse, daba la señal del alumbramiento. Recuerdo que al contarme / después estos detalles que yo había ignorado y decirme del "re- novado y patente milagro", constatado una vez más por ella: -"¿Por qué no encendió usted la lamparita siquiera un par de horas antes?" Ella no quiso comprender la burla que contenía mi pregunta, muy seria y tranquilamente me contestó: --:-"¡Dios manda en todo!" Entonces empezaron los mimos y contemplaciones con la criatura: recién nacida se le puso "la camisa reliquia ancestral" que días antes me había entregado Cristina, diciéndome haberse puesto toda la familia desde cuatro generaciones atrás, el día de su nacimiento: La mamá Chabelita, la señora Pepa y de uno en uno, todos sus hijos. Era de finísima batista calada a mano, bordado llamado "punto de aguja", trabajo casi desconocido en nuestros días, simplificado ahora con la máquina y que sólo se . conservan de generaciones atrás, dándole mayor mérito. Para el segundo día de nacida se le puso otra camisa de iguales méritos cronológicos e históricos en la familia, pero de menos fino trabajo artístico. A mí, para honrar ese feliz día en que daba yo a luz un des- cendiente a la familia González Prada, Cristina me había rega- lado una preciosa colcha de raso celeste de la China, bordada en colores, con flores, mariposas y pájaros, con largos flecos y

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