Mi Manuel

- 146 - caer un poco de "agua" en el bolsillo de esos honrados arte- sanos. Todos venían a conocer y felicitar a Manuel; en casa era un verdadero jubileo de entradas y salidas. Yo mucho go'zaba de esa espontánea popularidad, participando a esas ovaciones que me parecían tan merecidas. Se volvió popular, hasta en l~ calle bastaba que alguno lo reconociese para que resonara un vibrante: "¡Viva González Prada". . . y siguiesen nutridos y prolongados aplausos de los demás. Manuel sólo palidecía un poco; yo por el contrario enrojecía virginalmente, por ser la pri- mera vez que asistía a igual ovación. En Lima, empezaron los ataques de los periódicos del Go- bierno, que Manuel se contentaba con no leer, haciendo contras- te con las congratulaciones de los de provincias que Gamarra en su "Integridad" recolectaba y reproducía, haciendo rabiar a la abyecta "prensa seria" de Lima; nada podían contra esa olea- da de aplausos que llegaban de todos los ámbitos de la Repúbli- ca, formando un inmenso clamor de aprobación. Los del "Círculo Literario" se citaron en la Magdalena para dar a Manuel una nueva prueba de admiración: Abundaron los discursos endiosando al agasajado, habiendo que calmar los ar- dores de su exagerado fervor. Días después Manuel recibía la cuenta de Bertolotto, dueño del "Hotel Roma", por no haber sido pagado el importe del ban- quete: -"Cosas de la vida criolla" dij o tranquilamente Manuel al cancelarla. Nicolás A. González se había olvidado de entregar el dinero recolectado. Los ataques de la prensa local eran cada día más acerbos contra Manuel, por cuanto se daban cuenta que podía encarnar y encabezar una oposición contra el Gobierno que en esos días quería imponer al país el contrato Grace. "El Comercio" publi- có, un artículo anónimo en que le reprochaban a Manuel "enar- decer ·el odio a Chile ... en lugar de apagar los rencores en un fraternal abrazo de olvido ... " No pudo ser más canallezco el ataque y sublevó a todo pa- triota con el corazón bien puesto, sobre todo entre los jóvenes entusiastas que habían vibrado al escuchar las frases· de Manuel. De uno en uno atacaron al escritor que prudentemente escondía la mano con que lo atacaba. Manuel no intervino ni para lanzar ni para contener a la "jauría" como titulaba el anónimo articu-

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