Mi Manuel
-140 - Santiago Pope, donde quien tenía cuarto y cama. ·Entonces lo acompañábamos hasta la quebrada de "Tej erina", siendo a 'esa hora de la noche un :verdadero encanto, volver los dos, sobre to- do, en las noches de Luna. Pero nunca volvíamos. los dos solos nos acompañaba nue.stra gata Michitina, que de día no habrí~ dado un paso fuera de la casa y de noche se volvía muy atre- vida, saliendo junto con nosotros, siguiéndonos como un perro. Al pasar por el puente de los "Suspiros" que tomábamos para acortar el camino, ella nunca dejaba de asomar la cabeza entre los palotes y muy curiosa aguaitaba para la quebrada, hasta que asustada, pronto corría para alcanzarnos y seguirnos otra vez. Nunca le sucedió ningún percance, pues prudentemen- te se trepaba a un árbol, cuando algún perro indiscreto apare- cía por el camino. Por las calles del Barranco, vagaba continuamente sin due- ño y sin hogar, una perraza enorme que todos llamaban la Cho- la. Era blanca, de pelo corto y orejas muy largas, con unas te- tazas enormes que le sangoleteaban al andar, pareciendo ávidas de ofrecer su leche a perritos <Siempre ausentes. Todo el mundo la acogía y ella se consideraba en su casa, al pisar el umbral de cada puerta que se abría para darle de comer. Por supuesto la nuestra era una de sus preferidas, pues le poníamos hasta agua para que saciara su sed la pobre abandonada. Todos la acariciábamos, pero Michitina sin atreverse a pro- testar abiertamente contra la intrusa, esperaba la ocasión de pegarle un "susto". Un día estando mi gatita subida sobre la mesa del comedor, entró la perra a hacernos fiestas, estando nosotros sentados en un gran sofá esquinero. La perra se apro- ximaba a la mesa sin ver a la gata y tranquila nos meneaba la cola. Entonces Michitina acercándose al borde de la mesa, alar- gó la pata, con tamañas uñas afuera, en actitud de esperar el momento propicio para clavárselas en los ojos a la Chola. Pero no había contado con la viveza de Manuel quien vien- do llegar la tragedia pegó un salto hasta ella y de un manotón la botó de la mesa: despavorida, huyó hacia la cocina en un solo brinco. Manuel entonces volteándose donde mí me pregun- tó: -"¿Te ha molestado que le pegue a tu gata?" -"No, le dije yo, por el contrario; le has evitado de cometer un crimen! ... Qué buena y tranquila habría sido nuestra vida al conti- nuarla en esa soledad, fuera del mundo a pesar de estar tan
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