Mi Manuel

-139 - Volando pasaron para nosotros estos tres meses de estada en el rancho de Másperi y al llegar ·el mes de diciembre preferi- mos mudarnos más cerca del mar. Justamente Manuel al acom- pañarme a misa había visto frente a la capilla, que se alquilaba un ranchito poéticamente situado frente a la bahía. Pertenecía al cura señor Fuente Chávez, lo visitamos y nos encantó con su gran ventanaza de más de tres metros de ancho dominando el mar. Era una vista ideal para escribir allí, sen- tado frente a la isla de San Lorenzo, que todavía en ese tiempo no amargaba la mente al ser una prisión de detenidos políticos y no sugería más que la idea de ver un hombre echado de espal- das, centinela fiel cuidando plácidamente la entrada 1 al puerto del Callao. Y allí empezó para los dos una nueva faz de nuestra luna de miel: Ya no nos interesaban los recorridos por el campo en esos días de extremo calor; preferíamos quedar él escribiendo, yo cosiendo, siempre juntos frente a ese mar "Pacífico" el bien llamado, contemplando incansables su continuada tranquilidad inmutable. La primera ocupación de Manuel al levantarse era peinar- me; fué su labor favorita desde el primer día de nuestro matri- monio. El lo exigió en vista de estar yo muy aburrida de mi pelo largo que me daba hasta el tobillo ; mi mayor deseo era cortar- lo y sólo accedí a no hacerlo, cuando me ofreció cumplir cada día esa pesada faena que decía encantarle. Toda su vida, hasta el mismo día de su muerte cumplió en hacerlo. Me decía que yo nunca tendría canas, que no me las dejaría salir. No sé si por un milagro de amor las hipnotizó, lo cierto es que hoy a los 74 años, mi pelo conserva aún casi su co- lor natural. Ahora muy a menudo estábamos acompañados por las tar- des, llegando casi siempre a la, hora de comer, algún amigo de Lima que muy confianzudamente se convidaba el mismo a que- dar. Las más veces era Abelardo M. Gamarra, el bien llamado "Tunante", apodo que él mismo se había puesto. Lleno de chis- pa hacía él solo todo el gasto de la conversación, contándonos anécdotas de su tierra Huamachuco, con esa gracia y malicia que le eran tan personales. Indefinidamente duraban sus charlas, pues en lugar de ir.se a Lima por el último tren de once, las más veces, se iba a Chorrillos a pie, a dormir donde su gran amigo

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