Mi Manuel
-.137.- La mujer había sabido de nuestro matrimonio y venía para conocer a "la señora del señor don Manuel". Venía con un hijo suyo muchachón de unos doce años y nos traía de regalo una espléndida corbina fresca, pescada esa misma noche por su ma- rido. Mir'ándome me dij o muy francamente, con esa soltura de la gente del pueblo que dice lo que piensa y me gustó por pare~ cerme muy acertado: -"¡Niña la felicito, se llevó usted lo me- jor de la casa!" Por supuesto esta visita se repitió muchas ve- ces y siempre trayéndonos exquisito pescado que le retribuía- mos generosamente; pero que no tenía precio por su frescura y el cariño con que nos era dado. Una vez al ir a Miraflores, a mitad del camino cerca de la garita del guardián del tren, vimos a una mujer parada con una bandera blanca en la mano, agitándola en señal de estar libre la vía, para pasar el tren que llegaba. Al vernos, soltó la bande- ra olvidando su consigna viniendo hacia nosotros: -"El niño Manuel," gritaba entusiasta. Era otra antigua muchacha, criada en la casa: "Manuela" que había reconocido a su antiguo "niño Manuel", al que no veía desde hacía muchos años. Vieja, arrugada, acabada por la intemperie, en medio de esa soledad del campo, lejos del mundo; también se había casado estando en la casa, donde no había vuelto a venir, viviendo allí sola con su marido. Pero no había olvidado a su "Niño Manuel" como le decía a cada rato, pareciendo satisfacer una necesidad de su corazón al volver a repetir su nombre. Entonces recogió unas flores de su pequeño jardín, cultiva- d_o en sus horas desocupadas y me las ofreció. Le dí las gracias junto con un par de soles que no me quería admitir. Me encan- taban esas señales de cariño de esa pobre gente que habían co- nocido a Manuel y ahora encontrábamos a través de la vida, les veía manifestar tanto gusto de volverlo a ver, probándome lo bue- no que él había sido con ellos. En plena felicidad no olvidaba mis deberes religiosos; al contrario, estaba agradecida a Dios de habérmela dado y con más fervor que nunca le dirigía mis oraciones, rogándole con- virtiera a Manuel, leal y sincero, a pesar de estar tan lejos de El. Cada domingo iba yo a misa y me acompañaba Manuel hasta la puerta de la capilla; allí se quedaba a esperarme has- ta que saliera.
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