Mi Manuel

- 129 - milia, atenuasen sus sufrimientos: Hasta le rogaba a Manuel que le diese un balazo, para que terminase de una vez su largo penar, siendo en una persona tan creyente como ella, el colmo de la desesperación. Yo también imploraba al cielo, para que Manuel se confar- mara y tuviese fuerzas para r esistir hasta el fin. Abatido y de- macrado lo veía llegar cada día, sin poderle dar más consuelo que el de compartir su pena. Al otro día de la muerte de su madre, me escribió, deciéndo- me el desgarrami ento de su cor azón considerando su ú nico con- suelo el tenerme y reunirse pronto, definitivamente a mí. Mucho tiempo conservé esta carta única que me escribió en su vida; yo se la contesté, correspondiendo a toda la ternura de la suya, ansiosa de volverlo a ver, ofreciéndole mi seguro cariño como refugio a su dolor. Esto ocurría el día 2 de mayo de 1887. Realmente me afligió la desaparición de la señora, aunque su muerte traía la solución inmediata del problema de mi vida; pero la señora me había mostrado tanto cariño en un tiempo y correspondía tan bien al anhelo de mi corazón el sentirme rodeada de afecto, que era un verdadero p esar el triste desenlace. También .me daba pena por ella, al no ver colmados sus grandes deseos de tener nietos, como tan francamente me lo había confesado, siendo ella la más castigada si su orgullo sufría de que su hijo se uniera a mí. Muy compensada habría estado con el cariño que yo le ofre- cía, al tener nuestros cuatro brazos para sostenerla y abrazarla. Pobre vanidad humana, que cree con el dinero conquistar la felicidad, cuando la base es siempre y únicamente el amor ... Pasadas las primeras semanas de duelo, toda la familia se desbarató: Francisco y su mujer se mudaron de los bajos, yendo a vivir a la calle del Serrano. Las Antadillas, al lado de Isabel que era su tutora; la servidumbre se dividió entre las dos her- manas, según sus simpatías. Cristina y Manuel se pasaron a los bajos de la misma casa de la Merced, huyendo de estos odiosos lugares , testigos de los últimos padecimientos de su madre y que en vano había reco- rrido día y noche, buscando un descanso que no halló más que en la muerte. La primera salida de Manuel fué para venirme a buscar y junto con mi h ermano, fuimos a darle a Cr istina, nuestra vi-

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