Mi Manuel

- 128 - Prada le pusiese un verso". Poco me gustó que Manuel aparecie- ra aumentando el ya numeroso cortejo y pre·scindí de pedírselo. Al poco ti empo volvió a casa con su madre y preguntándome por el álbum, le confesé no haberlo hecho firmar: -"Tengo cor- tedad de pedírselo", le dij e disimulando la verdad. Ella, muy des- pectivamente, me contestó: -"Oye, Adriana ¿hasta cuándo se- rás tonta?". . . Entonces la madre que nos había oído, intervi- no: -"¡Anda ... la tonta eres tú! ... ella es quien no quiere!" Nada contesté en señal de aprobación. Zoila comprendiendo por fin que su madre había acertado, se llevó su álbum y no nos vimos más. El despecho había roto la amistad. El 1 Q de Enero de 1887, al volver del cementerio como los años anteriores, venía pensando en mi padre y en lo que le pa- recería ver a su hija de novia, en lugar de haber seguido sus consejos. Pero t enía la seguridad que me aprobaría al conocer al que me había escogi 1 do, tan diferente a los demás. El, cono- ciendo mi carácter celoso y cariñoso, era quien me había queri- do librar de esas luchas del hogar en que g.eneralmente la mu- jer es la víctima del egoísmo del hombre; pero al conocer a Ma- nuel habría visto que podía fiarse en él y en su lealtad. El tam- bién se habría enorgullecido tanto como yo, al presenciar sus actuaciones en el Ateneo y en el Círculo Literario; no era sólo el "Poeta de los Rondeles" como lo apodaban antes, ya lo consi- deraban como un positivo valor literario. Y así al volver del cementerio venía yo pensando en si se- ría por fin en este nuevo año que empezaríamo·s a acompañar- nos los dos para toda la vida. Desde algunos días venía Manuel muy preocupado por la salud de su madre. El Dr. Odriozola la había examinado dete- nidamente y diagnosticado "hipertrofia del corazón", empezán- dole los ahogos que producen ese mal. Pobre Manuel, de esa tristeza yo no lo podía consolar; él adoraba a su madre y cada día veía agravarse el mal, sin que la ciencia la pudiera aliviar . Y así empezó para él la doble tarea de asistirla y engañarla, dándole esperanzas de sanar, a pesar de saber ser incurable su mal. Sin embargo, no dejaba de venirme a ver, como a cobrar fuerzas para soportar los· desvelos y ver su- frir a la pobre enferma. Seis meses duró su lenta agonía sin que las tentativas de los médicos, ni todas las novenas de misas y rezos de la devota fa-

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