Mi Manuel
- 127 - usted se va, lo tomo como un rompimiento; usted me devuelve mi sortija, yo le doy la suya" ... Muy sorprendido me contestó: -"Está bien, me quedo, pero usted sabe que esto atrasará nues- tro matrimonio". Verdad, lo comprendí; pero no me sentí con fuerzas para soportar las burlas que me harían las gentes, al · saber que se había ido: mis nervios estaban agotados. Ya no habló de partir y siguió nuestra vida, basada en la fe de que los acontecimientos se encargarían de resolver nues- tro porvenir. Ahora que están tan lejos esos tiempos, pienso en lo dis- tinto que habría sido la vida de Manuel si se llegan a realizar esos planes que fracasaron entonces por una simple ráfaga de mal humor mío: el escritor habría cedido el paso al agricultor y difícilmente se habría ocupado de política. En fin como hay quienes dicen que "más valdría no hubiese nacido el fustiga- dor de los vicios de su patria" ... Con mayor razón maldecirán a la que lo "animó" a hablar. Desde algunos meses la familia de J uanita vivía en el Ba- rranco por seguir su madre delicada de salud. Esto motivaba continuos viajes míos a verla y algunas veces íbamos junto con Manuel a comer a su casa. Pero seguía mal la señora y su mé- dico el Dr. Carvallo la mandó a Matucana. Quedó Juanita al lado de su padre y quiso darle una sor- presa a su madre mandándole su retrato. Juntas fuimos donde Castillo, fotógrafo de la calle Baquíjano. Aproveché de la opor- tunidad haciéndome retratar yo también, sabiendo colmar un vehemente deseo de Manuel, al que nunca había accedido; se lo obsequié, en desagravio de los malos ratos que le hacía pasar es- ta novia tan nerviosa siempre, pero que tanto lo quería. Lo guar- dó en su cartera que llevaba en el bolsillo izquierdo de su saco, sobre su corazón y allí lo conservó toda su vida. Yo también tenía el suyo desde mucho antes; lo había saca- do su tío e íntimo amigo Francisco La Rosa, aficionado al arte fotográfico. Allí está con las patillas que usaba en el tiempo en que lo conocí y tanto me recuerda esa época de mi vida ya tan lejana, pero que me parece fuese ayer. Con Zoila, ya niña grande y muy admirada, seguía yo en buena amistad, burlándose no más, de mis "grandes amores con Prada". Ella tenía un álbum en que coleccionaba los autógrafos de sus admiradores y un día me lo trajo, pidiéndome -"que
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