Mi Manuel
-124 - teniendo que desprenderse de cuanto le pidió su hija; pues era insaciable "la mamita" para el provecho de sus nuevos hijos. Llegó a ser tan pesado el gasto, que no pudo sostenerlo con su propio esfuerzo y tuvo que ir vendiendo pedazos del terreno de la misma huerta; pero había logrado su deseo y feliz vivía Isabel, rodeada de su numerosa y nueva familia, sacrificándose toda en bien de sus pequeñuelos. Tal vez fué el reflejo de su instinto de mujer, que pretendió estafar a la naturaleza al no casarse y ahora le cobraba con cre- ces sus derechos. En esa época instalaron en Lima la luz eléctrica; uno de los directores de la Empresa era el señor don Eugenio Larrabure y Unanue amigo y compadre del señor Prada. Para el día de la inauguración dieron una gran fiesta en el Palacio de la Expo- sión a la que invitó él a su compadre el señor Manuel y quien a su vez nos rogó acompañarlo. Fué todo un éxito la deslumbra- dora luz y nueva maravilla. Muy atendidos por los organizado- res, tomamos, una copa de champagne; noté que llamaba mucho la atención, mi presencia al lado del señor Prada y pensé que pronto se enteraría la familia. Y así no tardó en ser. Pocos días después, una noche llegó el señor Manuel con el semblante trasmudado; en el acto com- prendí que algo muy serio le pasaba y ansiosa traté de saber su causa. Mi hermano t enía la prudencia de dejarnos hablar a so- las a ratos y aprovechando de ese momento, le pregunté a Ma- nuel lo que le pasaba. Nada me quería decir; pero al fin acce- diendo a mis ruegos me dij o solamente: -"He hablado con mi madre de mi matrimonio y me ha dicho no ser de su agrado" ... Felizmente en ese momento, volvió mi hermano a la sala y mi primer instinto fué disimular ante él la impresión que me pro- dnj.eron las pa.labra.s de Manuel. Sentí un gran frío en el corazón y creí desmayarme. Por suerte pude dominarme y pasó todo desapercibido. Sólo una gran pena me invadió, ganas. de llorar desconsolamente y deseos de desaparecer. Nada más me habló esa noche, pero al despedirse lo acom- pañé hasta la puerta de la calle y su primer movimiento fuó abrazarme: -"¡No importa, me dijo, prescindiremos de ella!" ... Si yo no lo hubiera querido tanto, en ese momento lo habría despedido; pero nuestros amores databan de cerca de dos años atrás y no me hallé con valor de hacerlo.
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