Mi Manuel

- 121 - mos a ver a su gran huerta, llena de fruta, que nos convidaba a ir a comer. Recuerdo haber pasado allí tardes enteras. con Mar- garita, mientras la mamá Pepa se quedaba en la sala, conver- sando con su hija; Manuel por supuesto era del paseo y cuan- do yo manifestaba el deseo de regresar a mi casa, él a escondi- das se afanaba en hacerme señas, para que me quedara má:::-. tiempo. En su cas.a, nadie parecía saber que nos queríamos; yo to- maba la misma actitud, dejando que el tiempo se encargara de dejarlo traslucir y arreglase las cosas. La mamá Pepa seguía muy cariñosa conmigo quej ándoseme siempre a solas, de la pe- na que tenía de no tener nietos: -"Francisco no tiene hijos, me decía, ni t endrá después de tantos años de casado; mi hijo Ma- nuel, no se quiere casar. . . a pesar de que todas las cosas aquí> serán para él". Y al decirme esto me señalaba los salones rica- mente amueblados que nos rodeaban. Yo me preguntaba con qué fin me decía estas cosas y hasta ahora no lo sé, ¿no veían todos, las preferencias de Manuel y sus atenciones conmigo? Me contaba de su niñez, de su amor por sus catorce perros y mil anécdotas, sobre su hijito para que yo admirara sus gracias. Sin embargo, guardaba toda su admiración por su hijo mayor del que repetía: -"Francisco es más brillante que Manuel" ... Esto me sublevaba, dándome ganas de defenderlo abiertamente 1 pareciéndome el hermano un gran fanfarrón y nada más; pero me dominaba, temiendo fuese un ardid para descubrir mi se- creto. Al oírle hablarme así, me parecía que me aceptaba tácita- mente como hija suya y le tomaba gran cariño; ya vería como la cuidaría, mejor que sus hijas, que a ella preferían a Dios y qué lindos nietos le daría, ya que se me quejaba de no tenerlos. Yo me hacía la ilusión de vivir a su lado sin separarla de su hi- jo, junto con mis amigas, mis nuevas hermanas, a quienes debe- ría mi felicidad. En fin, se vive de ilusión y en aquel tiempo me sentí feliz, al creer en esa perspectiva, que nunca se realizó. Desde la entrada de los chilenos victoriosos a Lima, el se- ñor Manuel se había encerrado en su casa, sin querer salir, hu- millado ante esa conquista fácil que habían obtenido, la mitad del ejército peruano sin combatir, mal dirigido y vergonzosa- mente abandonado por Piérola después de su aparatoso plan de defensa que acabó en huída. Tanta rabia le dió a Manuel que

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx