Mi Manuel
-117 - demás el señor Prada y que si mi padre lo hubiese conocido me- jor, se habría fiado a él, como mi confesor, el esclarecido padre Soto, que también conocía a su hija espiritual. La primera vez que regresé a Belén, después de haber queri- do quedarme, tuve la sorpresa por no decir el gusto, de no en- contrar ya a la madre Gertrudis, pues me habría dado vergüen- za confesarle el cambio de mi vida. La habían trasladado a Pa- rís, junto con varias monjas peruanas, entre ellas también la madre Eufrasia, mi enemiga. Así m e habían contado las ma- dres, tener que hacer, desde que en Chile, en un convento del Sagrado Corazón se habían sublevado las monjas chilenas con- tra sus superioras extranjeras al verse más numerosas, decla- rándose independientes y volviéndolo "Convento Nacional Chi- leno". Con· la experiencia adquirida en cabeza ajena ya tomaban la precaución de alejar de su país a las nacionales, para preca- verse de igual percan~e.
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