Mi Manuel
- 114 - midiendo la magnitud de mi falta a sus muestras de agradeci- miento. 'remprano fuí a Belén a confesarme; me acogió bo d S t , n a- dosamente el padre o o y le conte lo sucedido. -"¿y quié '1 ?" t ' 1 f · d ' d ' '' n es e . me pregun o a .m' espues e ?irme. - No, le contesté usted no lo conoce, m tampoco necesita saber quién es. el ' d ' ' · t · t · ' pe- ca o es m10 un10a1nen e, no impor a quien sea él". Varias . · t· ' 1 t ve ees me rep1· 10 a pregun a y como yo me encaprichab en callar el, nombre, insistió de, nuev?: -"Está usted equivo~ ca~a, agrego entonc~s, pues segun qmen. sea, ser~ mi consejo,'. - Padre, le conteste, no le vengo a pedir conseJ o quiero sola- mente acusarme de mi falta, tal vez irrazonada, como única disculpa; pero le ruego no más, devuelva la paz a mi conciencia absolviéndome; usted sabe que quiero ser monja". Nada quis~ oír; ninguna de mis objeciones lo convencieron. Tanto insistió que al !in dij e el nombre, aunque a pesar de todo, siempre me parecía inútil y desleal. Contra toda mi espera, me dijo cono- cerlo y que no lo rechazara. Me sorprendió la respuesta de mi confesor, sabiendo mis proyectos para ser religiosa; pero siem- pre había yo notado que él no las apoyaba, sin duda por ser aún demasiado joven o tal vez, conocerme mejor que yo misma ... Tampoco me atreví a contradecirle yo también conocía al señor Prada, bastante me había hablado de él Margarita, siempre con gran admiración por su talento; lo único que ella le reprocha· ba era su incredulidad y eso mismo me lo hacía más simpático, juzgándolo superior a su demás familia, todos ellos víctimas de su exagerado fanatismo. También su físico correspondía al tipo más ideal que po· día forjarse una mujer: inspiraba confianza su mirada franca y serena; su porte señoril y distinguido, siendo hermoso en to- da la extensión de la palabra; poseyendo todas las cualidades deseables para que una mujer se enorgulleciese de que la quisie· ra. Todo eso pensé yo misma al oír a mi confesor, quien des· pués de darme la absolución, me recomendó mucho volver a menudo, para dirigir mis pasos en .el nuevo camino de mi vida. Regresé a casa aligerada del gran peso de mi remordimien· to; mejor me parecía ya la vida, viéndola bajo un aspecto me· nos triste y decidida a seguir la amistad con mis amigas, tra· tando no más de disimular el secreto que me parecía debían leer todos en mis ojos y sólo lo callaban por prudencia.
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