Mi Manuel
-113 - Así se lo seguí manifestando a Julia, cuando al otro día me vino a ver, rogándome volver. Justamente el 11 de septiembre era el santo de su hermana Rosalía y con anticipación, mucho antes, ya me habían convi- dado a comer para ese día. Yo le aparentaba que era por no ver- me con su amiga, pero en realidad sobre todo era para no vol- ver a oír a su tío Manuel, que ya suponía me seguiría hablando cosas que yo no quería saber. Al decirme Julia que no vendría su amiga, me cortó todos mis argumentos, no queriendo por na- da confesarle mi segundo motivo. Cedí. Más cariñosas que nunca estuvieron todas conmigo esa no- che, queriendo desagraviarme del insulto, colmándome de aten- ciones para hacérmelo olvidar. Ya siendo cerca de las once pen- sé en retirarme. Allí estaba mi sirvienta sentada en el Estudio, esperándome. La señora Pepa al ver la hora avanzada, rogó a su hijo Manuel que me acompañara. Algo nerviosa me puse, pensando que de seguro él iba a volverme a hablar; si bien me era simpático por las deferencias que siempre me había guarda- do, tampoco lo podía acoger benévolamente, no coincidiendo con mis propósitos de entrar a Belén. Me ofreció su brazo y ha- blamos de cosas indiferentes hasta la mitad del camino; al ter- minar la cuadra de la Minería se entreparó y me dij o ex-abrup- to: "¿Le parecería bien que me fuese donde Cáceres a enrolar- me a la revolución?" Un mal pensamiento me vino en el acto contra él: acaso, ¿quería que yo le dij ese se quedara o le mani- festara pena de que se fuera? Herido mi amor propio le contes- té: -"¡No me toca a mí darle consejos, usted sabrá lo que debe hacer!" El tono sobre todo fué muy duro y cortante y le hizo tal impresión que no me pudo seguir hablando, la respiración acortada, parecía ahogarse. No hablamos más en el resto del ca- mino, pesándome haber sido tan dura. Al llegar a la puerta de mi casa, me tendió la mano y yo en un arranque de compasión tan impulsivo como impensado, apreté un poco esa pobre ma- no que se me ofrecía tan humildemente. La reacción fué violen- ta, esa misma mano se volvió vibración de agradecimiento apre- tando a su vez la mía y sin decirnos una palabra nos separa- mos. En ese momento mi corazón había traicionado mi razón ... :Muerta de vergüenza, furiosa contra mí misma, espantada de lo que me había atrevido a hacer, no pegué los ojos en toda la noche , asustada, nerviosa, temblando, sabiendo que había procedido mal;
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