Mi Manuel
111 - Pero en la mitad del camino, me acordé de que mi hermano la víspera había regresado enfermo a casa, acostándose sin comer y como en la mañana no lo había vuelto a ver, al salir tempra- no de casa, no sabía como había amanecido, no pareciéndome el día escogido para dejarlo solo, si acaso no seguía bien. Todo este raciocinio me pasó en ese instante por la cabeza y retrocediendo el camino, regresé a decírselo a la madre Gertru- dis, que me estaba esperando. Le expliqué el caso, comprendió ella que yo tenía razón y lanzando un fuerte suspiro que aun me parece oír, me abrazó diciéndome: -"Será la próxima vez ... ¡Si Dios quiere!". . . _ Llegué a casa, mi h ermano bueno y sano había tomado su desayuno y salido a la calle como de costumbre. Mis temoru~ habían sido superfluos y perdida la ocasión de quedarme para siempre en Belén. Desde la invasión de los chilenos estaba asilada y escondi- da en la casa de la Merced, una niña que su madre había traído para librarla de las asechanzas de uno de ellos, que la "requería de amores". Lo peor era, que ella también se había enamorado perdidamente de él y su madre temiendo cometiese alguna lo- cur a irreparable, la había traído a la casa de la señora González de Prada que como un verdadero convento, podía servir también de fortaleza contra ataques amorosos. Los primeros tiempos fueron de muchas lágrimas, y deses- peración; pero graciosa y simpática, la muchacha pronto ganó la voluntad de mis amigas que la consolaron, sin dejarle sentir la vigilancia ejercida sobre ella. Lástima nos lleg;ó a dar a todas la pobre, aunque no era muy honrosa para ella, esa pasión por un enemigo de su patria que debiera haber aborrecido. A menu- do reunidas en uno de los salones de la casa, tratábamos de dis- traerla haciendo música. Al transcurrir los meses, sin duda se cansó el chileno de esperarla en vano y regresó a su país o no sé si ella supo que era casado en su tierra, como pasó con mu- chos entonces; lo cierto es que se calmó su entusiasmo amoroso y su madre se la llevó otra vez a su casa. Por supuesto siguió su amistad con mis amigas y a menudo venía a verlas pasando largos días en la casa. Pero noté que ella con cierta malignidad trataba de acaparar exclusivamente para sí, el cariño de Julia, aprovechando de su mayor confianza en la 0asa donde había vivido cerca de dos, años, no dejándola salir a la sala, cuando
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