Mi Manuel

-110 - to del que dependía mi porvenir; temi endo me llegase a pesar como a otras compañeras mías, que al poco tiempo de entrar' habían abandonado el convento, pareciéndome muy mal y has~ ta ridículo. A Margarita, mi madrina y m ejor amiga, le había confiarlo mis planes y a pesar de su extremada devoción, me los había combatido, rechazando ese completo abandono de la familia. Parece que tampoco su mamá Pepa los aprobaba, mandándome ofrecer llevarme a los descalzos, a cumplir mis, deberes religio- sos y dejara de ir a Belén. Pero a mí no me gustaba el estilo de exagerada y fanática devoción de los frailes; españoles, prefi- ri endo el moderado espíritu católico francés, al que estaba aco 8 - tumbrada y no acepté; sobre todo rememorando las últimas pa- labras de mi padre: "Serás más feliz!" ... También me era penoso separarme de mi hermano, del úni- co ser que me quedaba en la vida al que nada podía reprochar-. Y en esa alternativa seguía fluctuando mi voluntad, esperanza- da en que la vida misma me señalara mi camino, como no tar- dó en ser. Más que nunca seguía mi amistad con las Antadillas, vién- donos diariamente, muy unida con Julia y Margarita que eran mis preferidas. Yo admiraba mucho a la mayor, verdadera ma- dre de las demás, dominándolas con su inteligencia y su extre- mado afecto. El primer viernes del mes de septiembre fuí como siempre a Belén y después de la misa, nos r eunimos en los corredores del colegio, a conversar como de costumbre, con nuestras antiguas maestras y condiscípulas. La madre Gertrudis siempre cariñosa me reprochó mi falta de decisión, preguntándome cuándo me quedaba definitivamente. Yo acababa de comulgar en la misa y justamente ese mismo reproche me había hecho a mí misma, en el fondo de mi con- ciencia, al dar a Dios gracias, pidiéndole me diera fortaleza pa- ra renunciar al mundo y consagrarme a él. Coincidían tan bien las palabras de mi maestra, con lo que yo acababa de pedirle a Dios, que me parecieron ser la propia contestación a mi ruego y en ese instante me decidí: -"Tiene usted razón,- le contesté ¡hoy mismo me quedo!" y pegué una carrera hacia la portería para decirle a mi sirvienta que se fuera sola a casa y le dij era a mi hermano que viniera luego a hablar con la madre Superiora.

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