Mi Manuel
-108 - tica. Oqn el mismo ceremonial que a la entrada, se repetía la salida; volviéndole a poner la capa el bañador, andando respe- tuosamente un paso tras de ella, lustroso, luciendo sus carne¡; chorreando agua, tan orgulloso como ella majestuosa, seguida de nuevo por los repetidos aplausos, que cubrían sus pasos al irse a vestir. · En los días de carnaval vino también su tío, recorriendo las calles del entonces exiguo balneario. Como yo también re- gresaba del baño y queriendo ser amable conmigo, el general vi- no corriendo con un chisguete en la mano para rocearme; pero con tan mala suerte que tropezó en el entablado, siendo entonces de madera el piso de las veredas, y cayó extendido a mis pies; yo me ruboricé, sus amigos lo levantaron. ¡Pobre general, pue- de costar caro a los 60 años querer ser galante con las pollas l. Pasaba el tiempo y ya más tranquila, volvía a interesarme la vida; hasta me iba a veces al Callao para hacer compras. En uno de esos pequeños viajes que entonces se hacían en carritos especiales, llevé a Desprecio que me acompañaba fiel como siem- pre. También él, había sufrido de la desaparición de su amo que tanto lo mimaba y engreía; parecía quererme más desde en- tonces, como comprendiendo que yo necesitaba ser más pro- tegida. Después de hacer diferentes compras en el Callao volví a la Punta, junto con mi perrito, el que muy formal se instaló co- mo siempre debajo de mi asiento, acurrucado, sin molestar a nadie. ¿Qué pasó, qué se hizo? ... Lo cierto es que al llegar a la Punta, no pareció mi perro, ni nadie pudo darme razón de él. En vano lo buscamos, había desaparecido. Además, era impo- sible divisarlo en la ya semioscuridad del camino y mi hermano se opuso a toda búsqueda a esa hora. Pero al otro día me levanté temprano y con ·una sirvienta salí en busca del pobrecito. En la estación les dí las señas de un perrito blanco, lanu- do, preguntando si lo habían visto. Un señor Miguél Garré, que habitaba un rancho junto al nuestro me oyó, se me acercó y me dij o haberlo visto bajar del carro la víspera, al pasar por el "Hotel Península" en la mitad del camino, siguiendo a una señora vestida de negro. Le dí las gracias y nos fuimos en esa dirección. Llegué, averigüé, nadie me dió razón de él. Entonces recorrimos todo Chucuito que felizmente no es muy grande, lle- gando hasta el Callao. Andando y mirando por todos los, lados,
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