Mi Manuel
-105 - j é descansar tranquilamente. Esto pasaba el 31 de diciembre en la mañana. Por la tarde, me llamó aparte mi hermano y me dij o su de- seo de traer a un cura para que se confesase. -"No, le dij e yo, le he prometido no hacerlo". -"Pero yo no", me contestó muy secamente, "y mi conciencia me dicta el deber de hacerlo". Por más que le rogué, tomó su sombrero y salió a la calle. Temblando quedé ante la espectativa de la escena que iba a ocurrir y así al poco rato volvió con el cura del Sagrario. Al verlo entrar a su dormitorio, mi papá se incorporó con mucha ira y me reprochó haber faltado a mi promesa. -"No soy yo, le contesté sollozante, Alfredo ha querido. Con gesto airado, des- pidió al cura, ordenándole salir. Este bárbaro se puso entonces a maldecir a mi padre, llamándolo "pecador empedernido", "presa de Lucifer". Entonces yo, impulsada por el cariño a mi padre, más fuerte que todas mis creencias, a empujones boté al cura del cuarto, para que no le siguiera insultando. Después le reproché a mi hermano haber motivado tan te- rrible escena y muy fríamente me contestó: -"Cumplí con mi conciencia" ... -j Con tu egoísmo! -pensé yo aterrada. Volví al lado de mi padre, me senté a su lado, le tomé la mano; fría estaba ya su querida mano y la acaricié. El me miró y se sonrió tristemente. Por la noche lo velamos, estaba muy decaído y a las doce de la noche cuando repiquetearon las campanas, me acerqué y lo besé en la frente: -"Feliz año nuevo. -"No será muy largo para mí" ... me contestó no más. Poco a poco siguió decayen- do y sin ·sufrir, a las seis de la tarde, exhalaba el último suspiro. No puedo expresar lo que sentí, una gran angustia me em- bargó: un miedo terrible a la vida misma, sentí al verme ya sola. Como un paquete me llevaron a la casa de J uanita. Ella a mi lado, sentada, sin hablar, respetaba mi semi-inconsciencia al no querer oír ni pensar. Por varios días quedé así, hasta que descansados mis nervios, ya secos los ojos, recuperó la natura- leza sus derechos y volví a tomar posesión de mí misma. Desde los primeros días había venido Margarita a acompa·· ñarme; muy cariñosamente de parte de su mamá Pepa me ofre- ció su casa, a ir a vivir al lado de ellas. También la madre Supe- riora de Belén me llamaba en una carta muy afectuosa: -"Ve- nez ma chere enfant", me repetía varias veces. Yo sin ánimo,
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