Mi Manuel
-104 - Pasaron bien los primeros días, pero una mañana me llamó en vano varias veces, teniéndole que confesar la cocinera, que yo estaba ausente. Mucho le sorprendió y cuando llegué me preguntó dónde había ido. Francamente le dije la verdad: -"Fuí a Santo Domingo a pedirle a Dios tu salud", -le contes- té, abrazándolo. -"No concibo que me abandones, para Ir a re- zar por mí", me dijo burlonamente. -"Sin embargo es así, pa- pá", -agregué ·entonces,- ya llena de la fuerza de mi razón, im- -pulsada por mi fe en las enseñanzas que había recibido desde mi niñez en esos centros religiosos, donde él mismo me había colocado. -"Creí que tu inteligencia te habría hecho compren- ·der y discernir la imbecilidad de todas estas cosas", insistió él. - "Cada vez que mi razón se ha querido rebelar contra esas en- señanzas, he acallado su voz en mi conciencia y si bien sabía que tú no participabas de ellas, siempre esperé que algún día tú mismo confe.sarías tu error". . . En esos momentos me abracé de él llorosa y se enterneció abrazándome él también. -"Tie- nes cierta razón, agregó; pero al no tener ya madre, era muy di- fícil tenerte a mi lado y pienso que ahora mismo si vengo a fal- tarte, será necesario que vuelvas a Belén, por algún tiempo ... , temo mucho que no puedas congeniar con tu hermano". Yo le seguía escuchando muy emocionada y le contesté: -"Justamente es mi propio deseo, solamente por cuidarte no lo he hecho antes". -"Sobre todo no lo tomes como mi última voluntad", insistió de nuevo; luego se quedó pensando un rato y acabó por decirme con mucha tristeza: -'Tal vez seas más feliz!" ... Ahora mismo, después de más de 50 años transcurridos, al recordar la escena y hacerla revivir en mi pensamiento, he teni- do que dejar de escribir, los ojos empañados por las lágrimas y descansando mi cabeza sobre mi brazo, he sollozado largo ra· to. . . ¡Qué amargura llenaría el corazón del infeliz en ese mo- mento, cuando a pesar de toda ·su incredulidad, concebía prefe- rible me fuese a eneerrar en un convento! ... Luego le rogué decirme .si creía en Dios y después de re- flexionar un rato, condescendiente, me dij o que sí; "pero por favor continuó, no me traigas cura, déjame morir tranqui- lo". Todo prometí, pensando haber obtenido un verdadero triun- fo sobre su ateísmo empedernido y abrazándolo de nuevo lo de-
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