Mi Manuel
-102 - tregándose desde muy joven exclusivamente a las obras de cari- dad yendo cada día a Santa Ana acompañada por una criada Allí en el hospital se ocupaba de asistir a las moribund~s en sus postreros momentos, rezando con ellas, oyendo sus ulti- mas recomendaciones, las más veces comprometiéndosB a velar sobre los hijos pequeños que dejaban. Especialmente servía de madrina a los que se casaban "in extremis" regularizando unio- nes libres en que viven casi siempre los pobres. Sobre todo ya no sería maldita, como un día le oyó decir su hermano Manuel a uno de aquellos a quienes casaban por la fuerza las madres del hospital que a veces sanando de sus enfermedades y ya casados volvían a vivir con sus compañera·s resultando más desgraciado~ que nunca. También en fin, su madr:e sería libre de esa avalancha de muchachos que traía a su casa, convirtiéndola en una sucursal de los Huérfanüs, mientras transcurrían los trámites legales, que a veces demoraban rnese.s 1 , para que fuesen admitidos en las casas de la Beneficencia y llegándoles a tomar cariño a las pobres criaturas, sufriendo después al separarse de ellos, cuando par- tían a seguir su triste suerte. Hasta ·se habían quedado algunas, aumentando el ya nume- roso grupo de la servidumbre, constando todavía de libertos que no habían querido irse al ser abolida la esclavitud. Vivían allí relativamente felices, ocupando todo el tercer piso de la casa; casi formaban parte de la familia, juntándose con ella a las horas de los rezos; alternando a menudo su trabajo con ese pia- doso descanso. Una de ellas, traída a la casa por una tía suya que no había dado más acuerdo de su persona, se llamaba Petita Trujillo, huérfana, ahijada de Isabel, tratada como tal, más que de simple criada. Blancona, de unos 25 años, de cara redonda y simpática; parecía feliz, satisfecha de su suerte, pasando su tiempo en co- ser y en ir a la iglesia a acompañar a las niñas. Una noche el tío Manuel, cuyo cuarto estaba situado des- pués de la sala que colindaba con la cuadra, ambos salones. dan- do al balcón, fué despertado a media noche por un ruido de pasos por su cuarto. Sorprendido, preguntó quien andaba y una voz muy bajita le contestó suplicante: "Soy Petita, señor don Manuel, me quedé dormida en el balcón, por favor no me acuse a mi madrina". El tío Manuel compasivo, prometió callar; pe-
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