Mi Manuel

- 100 - ma orden de los Sagrados Corazones, como nuestras madres. Peruano, iqueño, hermano de mi condiscípula y amiga Zoila Soto. Yo le había hablado de mis futuros planes para entrar de monja, sin embargo él no manifestaba gran entusiasmo, pen- sando probablemente que ya tendría tiempo para pensar en esas cosas serias y por ahora gozara tranquilamente del presente. Pasados los meses, más o menos curados los pobres heridos de las batallas, se clausuró la ambulancia de la Exposición y las hijas de la señora Pepa regresaron a su casa: Cristina a seguir su vida contemplativa de rezos y mortificaciones, Isabel de continuada actividad caritativa. Entre sus nuevos proyectos, uno sobre todo le preocupaba realizar cuanto antes: junto al Convento de los Descalzos, co- lindante con el del Patrocinio, existía una huerta tenida por ita- 11 anos, lugar de citas de gente de mal vivir, en continuas jaranas, fomentando escándalos. .__ Al ir a diario a los Descalzos, centro de sus devociones, siempre le había mortificado a la tía Isabel el espectáculo de esa mala vecindad, hiriendo la vista de los santos padres, cada vez que salían o entraban al convento y se propuso suprimir ese fo- co de infección moral, ofreciendo compra de la huerta a su due- ño. Le pidieron 25,000 soles y no se dió descanso hasta conse- guirlos. Con esa tenacidad que distingue a las personas rezadoras que no se cansan de rogar a Dios, así se propuso y consiguió que su madre le diese un valioso aderezo de brillantes que aun conservaba entre sus joyas antiguas de familia. Dados los pasos necesarios y conseguido el imprescindible permiso de la autoridad, puso la alhaja en rifa. Con santo ar- dor se repartieron sus amiga-s, las beatas adictas a los santos padres descalzos, la fa ena de colocar los números y con tan buen éxito que en menos de seis meses, no quedaba un solo número que colocar. La rifa produjo los 25,000 soles necesarios y se efectuó la compra legal ante un notario. Procedió entonces con brochazos de pintura e hizopazos de agua bendita pródigamente repartidos por todos los rincones, a sanear y limpiar la pobre casa de todas sus impurezas mate- riales y espirituales. Luego la tía Isabel abandonó la casa de su

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