Mi Manuel
- 99 - Ella al ver su insistencia en mirar a mi casa, se sorprendió y me hizo zumba como es la costumbre, cuando se cree adivinar un secreto ajeno: -"Está enamorado de tí", me dij o siguiéndo- lo con la vista. En lugar de agradarme, esa simple broma tuvo el don de exasperarme, tal vez por ser mi propio pensamiento, sin yo misma confesármelo. Lo cierto fué que me enojé y le re- proché su ligereza en decir lo que no era cierto. Años después, ya casada me lo recordó ella misma: -"No ves como tenía yo razón?" ... Esa vez no me enojé y riéndome le contesté: -"¡ An- da tonta! yo también lo sospechaba" ... Después de mi salida del colegio, había estrechado más mi amistad con Juanita, pasando muchas tardes juntas, yo en su casa o ella en la mía. Nuestros papás también habían intima~ do, siendo ambos grandes jugadores. de ajedrez; se agarraban en largas partidas, exigiendo siempre su revancha el que perdía. Esto nos encantaba, pues daba lugar a que se prolongasen nues- tras visitas, comiendo juntas las más veces, sobre todo los do- mingos. En ese año Lima desprovista de teatros, no ofrecía nin- gún atractivo, fuera de esas reuniones íntimas entre amigos y sin ellas habrían resultado muy tristes esos largos meses de Ja ocupación chilena. El padre de mi amiga don Santiago Wylemann, de 55 años, tenedor de libros de la casa "Le Chevalié freres, Dugenne et compagnie", suizo, de carácter algo brusco, era un excelente hombre. A su madre, francesa, de unos 35 años, yo le notaba cier-- to carácter enrevesado; pero dejándome juntar con su hija y no contrariando nuestra amistad, yo no le pedía más. La anti- gua "Fundición del Sauce" local inmenso, ocupando casi una manzana, era un sitio ideal para nuestros juegos a los escondi- dos. J uanita tenía otras amigas que se reunían con nosotros y allí fomentábamos unas partidas interminables y entretenidí- simas. Por supuesto no se me pasaban los primeros viernes del mes sin ir a Belén, a reunirme con mis antiguas condiscípulas, a recordar lo que llamábamos ya nuestros "viejos tiempos", a pe- sar de 1 estar aún tan cercanos. Las madres nos atendían con el mayor cariño, recalcándo- nos cada vez, no olvidar la próxima fecha de nuestra reunión. Yo iba siempre las vísperas de ese día para confesarme con nuestro capellán Ezequiel Soto, padre de la Recoleta, de la mis-
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