Mi Manuel

VIII LA MUERTE DE MI PADRE Muy poco se salía a la calle en esos tiempos de la ocupación chilena, a pesar de la aparente tranquilidad de la ciudad, aun dominados por el temor de encontrarse con ellos y ser víctimas o testigos de sus injusticias. , Sin embargo, desde el principio del año, a raíz de los, acon- tecimientos, yo había visitado a Margarita y me contó ella to- das las angustias sufridas en aquellos terribles momentos por los diferentes miembros de la familia: Sólo se habían quedado los cinco hermanos en la casa, al lado de la mamá Pepa, rodea- da de la servidumbre, empleando toda su energía en hacerlos rezar. Por el tío Francisco no había sufrido temores su madre, sabiéndolo enrolado prudentemente en la Cruz Roja. No así por el tío Manuel que había estado en la Batería del Pino, fiel en su puesto hasta el fin. La tía Isabel dirigía la ambulancia del Palacio de la Expo- sición y a su lado su hermana Cristina la secundaba, sin acep- tar cargo titular; ambas dándose igualmente a la caritativa la- bor de asistir a los heridos. Consumada la derrota, el tío Manuel se había reconcentra- do en su vergüenza y humillado se había encerrado en su casa sin querer salir ni ver a nadie. Más que nunca parecía reinar el dolor en la lúgubre casa de la Merced, con su puerta de calle cerrada y las dos hijas ausentes. Pesado se me hacía contemplar esa tristeza tan justi- ficada y pocas veces iba, a pesar de los repetidos ruegos de mis amigas.

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