Mi Manuel

- 95 - guntándorne ¿ córno pensaba dirigir rni vida al salir del colegio? Yo escuchaba sus buenos consejos sin saber qué contestar a sus preguntas, por no saberlo yo rnisrna aun. Lo único que consi- deraba mi deber inmediato e ineludible, era estar al lado de rni padre, que siendo enfermo necesitaba de rnis cuidados. Más allá de esos cercanos proyectos, no sabía el rumbo que tornaría mi vida, esperanzada en que él viviese todavía largo tiempo. Pocos meses antes de terminarse el año, se nos ocurrió fun· dar la sociedad de "antiguas alumnas de los Sagrados Corazo· nes". Por supuesto al saberlo las madres aprobaron nuestra idea. y procedimos a su ej_ecución. Formarnos un grupo de "Fundadoras", entre las que éra rnos "Hijas de los Sagrados Corazones", para quedar unidas aun después de nuestra salida del colegio. María Ro.sa Monasí fué elegida nuestra Presidenta y entre las demás nos repartimos los diferentes cargos para su organización. Fuí nombrada ecó- norna, encargada de recolectar los fondos, sabiendo mis cornpa# ñeras que sería tenaz y exigente en cobrar las cuotas. Debíamos reunirnos· en Belén cada primer viernes del rnes y después de oír una rnisa solemne y comulgar por supuesto, entrar a los claustros del colegio a compartir un desayuno que nos ofrecerían las madres y antiguas maestras, otra vez juntas en fin y unidas en un mismo recuerdo. Mucho nos entusiasmó nuestro programa, resueltas todas a cumplirlo fielmente. Una de mis maestras preferidas era la madre Gertrudis, quo nos enseñaba el dibujo. Peruana, iqueña, Asila Sáenz se llama·· ba antes de ser. monja. _Bajita y delgada, de ojos muy negros, tenía el aspecto de esas santas españolas abrasadas de arnor a Dios. De aspecto serio y severo, muy callada, poco se le veía reír y justamente era el afán de todas nosotras, traer una sonrisa a sus labios o siquiera leer en sus ojos una muda aprobación a lo que decíamos. Desde que yo pasaba largas horas sola a su lado, nos ha~­ bíarnos hecho amigas y conversábamos. ¿Y de qué podía ha- blar una monja a una muchacha de 16 años, sino encarrilar, su alma hacia Dios? Lo mismo que a la madre Prelada yo le con~ fesaba de rni completa ignorancia respecto al futuro. Yo no po-· día basar mi vida en la idea de perder a mi padre aunque tal vez el día que me sucediese esa desgracia, fuese al amparo de ellas que rne viniese a refugiar. Adopté desde entonces esa idea para

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