Mi Manuel

- 91- dí a su justo valer, insignificante; hay situaciones. que se deben encarar con dignidad y saber conservar la altivez aun en medio de la adversidad. Luego reconocí a las hijas: la mayor, Eva María, de unos 18 años se quedaba siempre acompañando a su madre en sus ha- bitaciones reservadas. La segunda, Raquel, de unos quince años, rnás o menos, era bonita ·1a rnej or de todas, venía a ciertas horas a asistir a los cursos de la primera clase; guardando una acti- tud prudentemente "effacée" ante las demás. Algunas niñas la trataban con deferencia, otras con indiferencia, reflejando sin duda cada una, la opinión política de sus respectivas familias. En fin la menor, Victoria, de diez años, que bien podía ha- berse llamado Desastre por personificar rnej or la situación ac- tual de su f arnilia y la de su salud personal, pues era enclenque y coja la infeliz. Ella alternaba sus estudios con las chicas y lecciones de música a la que parecía ser rnuy aficionada. Sin embargo, en medio de su soledad la familia Piérola conservaba ciertas amistades que le eran fieles y sobre todo en el colegio mismo: las Montero y Tirado. Eran tres hermanas cu- ya edad correspondía exactamente a la de cada una de las hijas de Piérola y que a las horas del recreo iban siempre a acompa- ñarlas a su departamento. Habían perdido a su padre en medio de la tragedia campal del 15 de Enero: formaba parte de la Comisión de Armisticio encabezada por los diplomáticos extranjeros, que bajo el ampa- ro de la bandera blanca fueron a entrevistarse con los jefes chi- lenos. ¿Un mal entendido, una bala perdida, quién sabe?. . . Lo cierto fué que quedó tendido en medio de sus cornpañeros di- plomáticos y no tuvieron más que entregar su cuerpo a la fa- milia. La hija mayor, Juana María, guardaba un pedazo del poncho de su padre atravesado por la bala matadora y tal vez empa- pado con su sangre, conservándolo corno una reliquia. ¡Cuántas veces la vimos llorar desesperadamente besando el trozo de gé- nero, último recuerdo de su padre! ... Era muy simpática y bue- na compañera, todas la queríamos por esa ternura filial que ha- bía manifestado. La segund11 hermana, Grimanesa, era íntima amiga de Raquel Piérola, a ella nunca la vimos llorar ante nin- gún recuerdo. En fin Rosita, la menor, de muy bonitos ojos, era también la mejor amiga de la última de las Piérola. Reunidas

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