Mi Manuel
- 90- tlas en señal de duelo. Por sus calles sólo transitaban los vence- dores arrastrando sus sables, para marcar mejor su toma de posesión. En esas condiciones mi papá pensó que iba a ser muy triste mi vida en ese aislamiento y me convenció que sería mejor re- gresara yo a Belén, mientras durara la ocupación chilena. Lue- go fuimos a hablar con la madre Prelada quien aceptó gustosa mi regreso. Habiendo terminado mis estudios, solamente me de- dicaría al piano, al dibujo y a otros artes que siempre es bueno perfeccionar. De regreso a Belén y de nuevo en medio de mis compañeras volví a formar parte de sus juegos y diversas dis- tracciones, lo que preferí realmente en lugar de quedarme en mi casa frente a la tristeza de la pobre Lima enlutada. Por supuesto durante muchos días, el tema de nuestras con- versaciones fué contarnos mutuamente los malos ratos que ha- bíamos pasado; muchas se habían refugiado en Belén mismo, la madre Superiora, en esos días terribles de la invasión, había acogido a todas las familias que podían caber en el extenso lo- cal y entre ellas la del Presidente caído, la señora de Piérola y sus tre·s hijas. Aun estaba allí asila da toda la familia en vista de la desatendencia del padre al abandonar la capital y de la ad- versa situación en que estaban por ahora, todos sus amigos de ayer. -"Ya las verás en la igl esia, siempre van a rezar junto con nosotras y a las mismas horas" ... -me dijo una de mis compañeras. Tenía yo curiosidad de volver a ver a aquella señora que había visto meses antes, en pleno auge, cuando aun su marido dominaba el país. En cuanto entré a la iglesia la busqué con la vista, nada distinguí: -"No está", le dije a mi compañera Ma- ría Rosa Monasí, que era quien me había hablado de ella y vol- teando la cabeza a su vez, me contestó: -"Sí, allí está". Volví a mirar y di stinguí a un bulto acurrucado en u·n reclinatorio. En efecto era una muj er, parecía del pueblo por trigueña y mal trajeada envuelta en su manta; flaca, arrugada -y deshecha pareciendo un globo desinflado: todo lo contrario de aquella vi- sión que se me había fijado entonces en la imaginación y con- servaba presente; aquella de andar arrogante y aire satisfecho, pareciendo merecérselo todo. Entonces comprendí que la dife- rente situación era la que había operado en ella ese cambio ra- dical. Antes la había juzgado necia en su orgullo, ahora la me-
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