Mi Manuel

VII SAN JUAN Y MIRAFLORES Humillada, llorosa, había yo visto desde lejos los incendios de Chorrillos y Miraflores que nos hacían recordar a mi papá y a mí los iguales resplandores cuando la Comuna de París. Allí, ante la inmutable tranquilidad del mar que nos rodea- ba, la visión era fantástica. Creímos que Lima también iba a arder. Los demás refugiados que nos rodeaban compuestos de mujeres, ancianos y niños la contemplaban igualmente aterra- dos, llorando desesperadamente, cada uno pensando en los seres. queridos expuestos a perecer. Varias noches y días que nos parecieron eternos, pasamos en esa angustia, hasta que supimos de la intervención de los- almirantes de las escuadras extranjeras, encabezadas por Du- petit-Thouars, para impedir el saqueo de Lima; amenazando a los chilenos con hundir su escuadra anclada en el Callao, al pri- mer abuso que cometiesen. También supimos del completo abandono de la resistencia peruana y de la huída de Piérola pa- ra la Sierra. Ya nada había que esperar y pasados algunos· días más nos remolcaron de regreso al Callao. En el muelle nos espe- raba mi hermano que nos abrazó aún emocionado de todo lo que había presenciado: la Guardia Urbana interviniendo para con- tener a los maleantes que saqueaban a las tiendas chinas y lue- go las quemaban. Muy triste fué nuestro regreso a Lima, viendo de lejos fla- mear la bandera chilena sobre el Palacio de los Virreyes. Yo no me atreví entonces a visitar a nadie, pensando en lo humillados que estarían los peruanos de la bochornosa situación creada por las circunstancias: Lima parecía una tumba donde sus ha- bitantes se escondían muertos de vergüenza; las puertas cerra-

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