El índigena y los congresos Panamericanos

34 DORA MAYER DE ZULEN rra, y tampoco en una paz armada que es un f>reludio del cual la guerra gositiva es inseparable. Todo movi- . miento en falso nos hace más débiles ante los desig– nios que media docena de potencias tiene sobre noso– tros. Solo los chinos nos han prestado una gran coope– ración sin tener tales designios. ¡ Y procuramos echarl~s afuera! Después del _chino el japonés puede for,mar po– blación , donde no la hay y desde luego no perjudicar, sino beneficiarnos, Previniendo d,esagrados con los japo– neses, esforcémonos en hablar a la conciencia de sus di– rectores, para que la inmigración se situe donde nos ha– ga bien y no daño. Somos los dueños del país: tene– mos el derecho de conservar nuestra posición y el deber · de practicar hospitalidad. Hagamos que admitan a tiem– po los hombres públicos del Japón el principio de que no debe regir la · ley de la fuerza aunque el Japón sea más fuerte que el Perú. Acuerdos racionales, pondera– dos, deben abrir aquí, en Sur América, una nueva era, un nuevo modo de vivir internacionalmente, apartando a )a humanidad de la senda erizada de elementos de ma– tanza y nublada de humos densos de encono. DUEÑO DE CASA Y HUESPED Desde antiguo los pueblos nobles han tenido un gran concepto del deber de hospitalidad. Ejercían la idea de la hospitalidad sin menoscabo de la idea del hogar. Así también los pueblos modernos, las na~iones, deb~n ejercer la hospitalidad sm perjuicio de la idea de na-

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