El índigena y los congresos Panamericanos

EL INDIGENA Y LOS CONGRESOS PANAMERICANOS 29 patria. Un extraño no puede tener nunca un pleno de– recho en casa ajena, e l huésped está obligado a portar– s.e con respeto y consideraci ones en el hogar del próji– mo. Los demás pueblos no tiene n l a culpa de que al judío se le haya ~n~jenado su tierra de origen; sólo pu~– de tachársele de no haber sido bondadoso con d hués– ped. Por consiguiente, son censurables ciertas ínfulas que han pretendido darse los judíos, cuando se sentían fuer– tes, .en el trato con las naciones que los cobijaban. En ocasiones, particular.mente con relación a planes de in– migración en Sur América, los judíos han declarado que no querían dedicarse a la vida agraria, que es la que en nuestro continente ofrece magníficas oportunida– des. Ningún hombre tiene derecho de negarse a cam– biar ·de girp cuando las necesidades lo obligan. En el Nuevo Mundo los zapadores d~ la civilización cambia– ron ·c~si todos de giro y costumbres traídos de Europa. Algunas de las grandes revoluciones han convertido en mozos de hotel a los príncipes, ey por qué no ·conver– tir en manejadores de lampa a fornidos hombr,es como son los vendedores ambulantes de telas y mercería? Sur América está llana a ofrecer al judío fanegadas en la Montaña, sin p,erjuicio de ninguno y con ventaja para el país. Pero, es preciso saber que se concede el sitio a gente de respeto y de orden, que ,en siguintes ~enera– ciones se sienta hija de la espléndida y hoy despoblada morada selvática, y ciudadana de la República del P.e– rú. No queremos que· se anide allá un enjambre de ufa– nas ambiciones, ni que se invada la Sierra y la Costa con

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