La Perricholi, t. 2

: 56 MARI A J . A LV AR A . D O ' RIVERA DOMINGO.-¡ Demonio.... demonio... en la que te has metido, mujer! VERONICA>--En cuanto la señora me busque en mi cuarto, y al no encontrarme crea que ya he huído, en- tonces saldré de la casa sigilosamente, y me habrás he- cho un bien, sin perder nada... Te recompensaré. Voy a meterme debajo , de tu cama. ISABEL.-¡ Del infiert10_te sacaría, para castigar tbt traición! VERONICA (En el colmo del asombro).-¡ Oh! Ex- celencia... Excelencia... ¡Perdón! ISABEL.-¿ Perdón? Todos los tormentos del San• to Oficio son leves para castigar tu traición... Ven a mi alcoba... <PASOS). DOMINGO.-¡ Qué · líos!... ¡Qué líos!... Yo, con el favor de Dios, estoy libre de culpa y pena. - VERONICA.-Perdonadme, señora, por la memo- ria de vuestra madre. Lo hice, porque sabía que no ha- bía de resul taros ningún mal. ISABEL.-1 Te atreves a justificarte? VERONICA.-Dig-o la verdad, Excelencia. Ningún peligro había en que el mozo viera al señor. Más bien, si no se le dejaba entrar, pensaría quien sabe qué cosas, en contra de la. señora... Por eso, yo consentí. ISABEL.-¿ Qué quieres decir, canalla? VERONICA.-Insultadme como queráis; señora, empero, aunque no lo creáis, os he hecho un bien. ISABEL.-¿ Hacerme un bien faltando a mis órde- nes? ¿Hacerme un bien traicionando la confianza que deposité en tí? VERONICA.-Todas las cosas tienen dos caras, Ex- celencia, como las medallas: en este asunto, , si por uno veis traición, volved la medalla por el otro lado, y ver-éis un buen servicio de vuestra fiel criada; el caballero es hi- jo del se-ñor, no se puede negar, es igualito al retrato del

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