La Perricholi, t. 2

22 MARIA j. ALVARADO RIVERA fícil).-¿ Quién puede despreciar el vino del compadre de doña Teresa? DO:&A TERESA.-De mi compadre Mansilla. MICAELA.-Pasemos a la sala, señores. ALCALDE.-Donde vos ordenéis; sois la dueña y señora nuestra. (BJE). MARQUEZ.-Por derecho divino. <C~BCAJADASJ. MICAELA.-Gracias, por vuestra adhesión a mi reinado. ECHARRI.-El rey consorte también os lo agrade- ce. (Risas). Dadme el brazo, doña Teresa. DO~A TERESA.-Vaya, pues, si tan galante sois. ALCALDE.-Doña 1\Iicaela, hacedme la honra. MICAELA.-La honra es para mí, Señoría. Ma- nuelito, da el brazo a .mi comadre María. MANUELITO.-¿ Por qué me dais esa penitencia, madre? ECHARRI (Aparte).-Niño, no seas impertinente. COMADRE MARIA.-¡ Se pasa de malcriado! Los muchachos de hoy no respetan a los mayores. Yo me iré sola. Todavía puedo caminar sin el auxilio de nadie, con el favor de Dios. <MUSIC_J). ALCALDE.-Estáis hermosa, doña Micaela, ¿ha- béis descubierto la fuente de la eterna juventud? MICAELA.-¡ Galante, el señor Alcalde! ECHARRI (Aparte).-El vino del compadre Man• silla. ALCALDE.-Recitad, Echarri, algunos de los lin- dos versos que sabéis. ECHARRI.-Con mucho gusto, Señoría. (Recita). Linda zagaleja de cuerpo gentil, muérome de amores . desde que te ví. .

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