La Perricholi, t. 2

( Al'V:ARAbó '.R1VERA ALCALDE.-Todos estamos presentes; comence- mos, pues. En primer lugar, y en señal de posesión, de- béis de ab~ir y . cerrar pu~rtas. MICAELA.-Y con toda fuerza que lo haré. .<RUIDO DE PUERTAS QUE SE ABREN Y CIEBB.l\N; DE CERROJOS>. MICAELA.-Tomad asiento, señores. ALCALD~.-Aún no; pasemos a la huerta. MICAELA.-Por aquí, señores. <PASOS J. ALCALDE.-Arrancad la hierba; tirad piedras, .pa- - ra que conste en la escritura que habéis ejecutado estos ·actos de posesión, sin contrariedad. (RUIDOS ADECUADOS). MICAELA.-He arrancado la hierba con furia, he "arroja<:lo las piedras con propósitos homicidas y nadie responde a mi reto. Quizá lo hacen los pobres grillos y otras .alimañas a quienes he molestado; pero ellas no lo· gran que las escuchen los jueces, y podemos estar tra:n- quilos. <BISAS J. ALCALDE.-¡ Qué doña Micaela; siempre la mis- ma! ECHARRI.-Es incorregible. l\1ARQUEZ.-¿ Y para qué va a corregirse, si en su lisura está su encanto? ALCALDE.-Vamos, vamos a labrar el acta, que aquí hay peligro de encantamientos. MICAELA.-No lo crea, Su Señoría: el palacio es· tá habitado por un encantado y una encantada que no admitirían otros. Cualquier intruso sería arrojado al pow de las serpientes. <BISAS J. * * * f ~ ••, ~~· ~· ~

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