La Perricholi, t. 2

L A P E 'R R I C H O t Í 2o9 . . SARGENTO.-Lo siento mucho, señora... Si de mí dependiera, os. dejaría hablar con don Manuel; pero Ún- go orden del señor Alcaide de no dejarle ver sino de su madre y de fray Antonio Campusano. MARIANITA.-¡Una sola vez acceded! Ved que he venido ya cien veces, sin lograr hablarle. SARGENTO.-No puedo, señora... No puedo abso- lutamente ... No me pidáis lo que no está en mi mano ha· cer. MARIANITA (Aparte).-¡ Es una nueva maldad de doña Micaela: impedir hasta que le vea! ~ * * * LOCUTOR: En su angustia enorme, Marianita no vacila en im- plorar el permiso del juez. JUEZ.-Imposible, señora, yo no puedo autorizar vuestras visitas ... Sería absurdo. MARIANITA.-Vuestra Señoría no ignora que so- bre las leyes están el corazón, la piedad. JUEZ (Sarcástico).-¿Venís a predicarme un nue- vo Evangelio? Si tanto €ntendimiento tenéis, decidme: ¿creéis de sentido común, no ya arreglado a la ley, sino simplemente de se.ntido común, que habiendo la madre pedido la detención de su hijo porque tenía relaciones pecaminosas con vos, y habiéndose probado por quince declaraciones, vuestra vida licenciosa, yo el juez, os con- ceda permiso para que visitéis al que habéis engé!:_ñado con diabólicas artes? MARIANITA.-¡ Esto es ,demasiado, señor juez! ¡No me humillaré más! Pero aunque me mandéis poner presa, os digo que no ejercéis la justicia, sino la injusti- cia... la mayor de las injusticias, cometiendo un inaudito atropello contra un hombre y una mujer, que no han co- metido más delito que amarse.

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