La Perricholi, t. 2

198 MARI A J . ALVARADO RIVERA por el contrario, teniéndolos siempre junto a sí, parp. vi- gilar y dirigir todos sus actos. ·TAGLE.-Si eso le decís habéis malogrado vuestra causa para siempre: doña Micaela no os perdonará ja- más. MARIANITA.-¿ Y por qué ella afrenta a Manuel? Que sepa al menos la responsabilidad que tiene en la con- ducta de él. BARBA.-Cada día este asunto toma peor cariz. Dec.idme, ¿habéis conseguido vuestra libertad incondi- cionalmente? MARIANITA.-Sí, el Juez se vió obligado a decre· tar mi libertad, porque doña Micaela no tiene ningún de- recho para mantenerme en reclusión. T AGLE.-¡ Pobre Manuel! ¡Tantas ilusiones de fe- licidad que se forjaba él! ¡Tan firmes propósitos de en- mienda que hacía por vuestro amor! No os niego ahora, doña Marianita) que muchas veces fuí su diablo tentador. Mas, desde que se enamoró de vos no conseguí hacerle delinquir una sola vez siquiera.· "No -me contestaba- ya eso se acabó". BARBA.-Y ya veis, un amor así, tan grande y no- ble, que regenera la vida de un hombre que estaba ya ca- si pervertido, cómo lo combate la madre. MARIANITA.-Si, es muy dolorosa esta irraciona• lidad. BARBA.-Yo me d.espido, Marianita. Mañana ven- dré por si necesitáis algo. · MARIANITA.-Gracias, señor Barba. ¡Cuánto os agradezco vuestra amistad! BARBA.-¡ Bah!. .. ¡Bah! Nada hay que agradecer. Es un deber. Que Dios os guarde. T AGLE.-Yo me voy con vos. Marianita, os dejo la calesa en que he venido para que vaya1s a ver a Ma- nuel. Está pagada hasta: que os vuelva a la casa. MARIANITA.-Gracias, Tagle. También vos sois muy bueno.

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