La Perricholi, t. 2

Í.94 MARI A J . Al.VARADO RIVERA JUANA.-Sí, se~or Juez, desgraciadamente la co- nozco. JUEZ.-Referid como la habéis conocido. JUANA.-La familia de mi marido, sostenía de an- tiguo amistad con la de ella, y cuando murió su madre, Vergara, que era comerciante y hacía frecuentes viajes, tuvo desconfianza de dejarla sola, porque parece que ya ella no guardaba todo el recato que corresponde a una niña, más aun si es huérfana... JUEZ.-No juzguéis; decid sólo los hechos. JUANA.-No se puede, Señoría, dejar d e hac er jui- cio de la conducta de las gentes cuando son t.an desca- radas. JUEZ.-Os repito que digáis sólo los hechos. JUANA.-Los hechos son que su padre suplicó a mi marido y a mí, que la tuviéramos en nuestra casa, mientras él permanecía en el viaje. Y nosotros acepta- mos condolidos de su orfandad. ¡Ay, nunca debimos apiadarnos de esa!. .. JUEZ.-¿ Cómo se portó doña Mariana en vuestra casa? JUANA.-Al principio se portó bien:· se había en· vuelto en piel de oveja. JUEZ.-Seguid relatando llanament~. JUANA.-Llegué a tomarle gran cariño, y a pasar en su compañía horas de solaz. JUEZ.-¿ Y después? JUANA.-Ella por lo bajo, como la gatita de Mari- rramos, que acaricia con la cola y araña con las manos, procuraba quitarme a mi marido. JUEZ.-¿ Cómo lo supisteis? JUANA.-Una madrugada que regresábamos de un santo, me representó una comedia, acusando a mi mari- do de que había atentado a su honra ... (Aparte). ¡La muy canalla! Mi marido la desenmascaró entonces, hacién- dome saber como ella,. desde hacía tiempo, quería sedu-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx