La Perricholi, t. 2

172 MARI A J . ALVARADO RIVERJ\ badilla. Nada más. (Riendo). Ve que chiquita es: no cabe en el plato. TAGLE.-Pues hablando en serio, os aseguro que vuestro ejemplo me ha convertido. Me da envidia. Quie- ro enamorarme, amar y ser amado. ¡San Antonio ben- dito, J:Qándame un gran amor! * * * LOCUTOR: Micaela con esa alma compleja que posee, pletórica de energías, que no amenguan los años, lleva sus fundo· nes de madre celosa del porvenir de su hijo, hasta deseo.... núcer el derecho de éste a la 1ibre elección. En la igno- rancia del paradero de Manuel, pasa por crueles zozo- bras, por cóleras impotentes, y también aunque a nadie lo revela, por tristezas y angustias mortales ... MICAELA.-¡ Señor, Señor! ¿Por qué este casti- go? ¿Por qué me quitas a mi hijo? ¿No he redimido aun el pecado de mi juventud, con un 1 a vida honesta, ayudan- do a los qJ.Ie sufren y tributándote adoración? ¡Piedad, Señor, piedad! ¡Soy madre, devuélveme a mi hijo! (LLORA>. MONICA.-¿Da licencia mi amita? MICAELA.-Que no conozca que he llorado. (Vio· lenta). ¿Qué quieres? lVIONICA.-El -señor Capitán Lostaunau; MICAELA.-Hazle pasar a la s_ala. Ya voy. MÓNICA.-Sí, mi amita. MICAELA.-No quiero que nadie, nadie, n~ Vicen- te, ni Mónica, sepan jamás de mis debilidades. (Pasos). Dios os guarde, Cápitán. LOSTAUNAN.-Beso vuestros pies, señora. ¿Có· mo está ese ániíno? MICAELA.-Más fuerte que nunca, ya me conocéis. )

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx