La Perricholi, t. 2

132 MARI A J . ALVARADO ... - ' •.'), .:'\ RIVERA MARIANIT A.-\r uestra presencia me enajena... Me parece perder la voluntad... ~ MANUELITO.-También yo la he . perdido: sólo vivo para amarte... Sí mucho... mucho... como no amé ja- más a ninguna mujer. , MARIANITA.-¡ No me engafjéis, don Manuel! ¡Sería mi muerte! , MANUELITO.--N o te engaño, lVIarianita: tu amor me ha purificado; me siento otro hombre, capaz de tra- bajar, capaz de todas las virtud~ s y sacrificios por mere· cer siempre tu cariño y ser feliz a tu lado. MARIANITA.-Me parece un sueño tanta dicha. , MANUELITO.-No; no es sueño: es realidad, Ma- rianita, y quiero que este amor, y esta dicha tengan ya ' la consagración del matrimonio; por es·o te rogué que te quedaras. . MARIANITA.-¿ Queréis que sea vuestra esposa? MANUELITO.-Sí, mi esposa para vivir unidos en un hÓgar honrado y feliz; para no separarnos jamás. MARIANITA.-¡ Ser vuestra esposa! MANUELITO.-¿ No lo quieres tú? MARIANITA.-¡ Si os adoro, si sois m1 única di· cha, como no he de quererlo, Manuel! MANUELITO.-Mañana mismo hablaré a mi ma- dre. · Si me lo permites . MARIANITA.-No... n o hagas eso ... , todavía no. MANUELITO.-¿ Por qué retardar más tiempo ·nuestra completa felicidad, Marianita? MARIANITA.-Tengo miedo... miedo de perder tanta dicha. (LLORA>. MANUELITO.-¡ Cómo, m1 amor, lloras! ¡Estás trémula? MARIANITA.-¡ Soy muy desgraciada! MANUELITO.-No entiendo, Marianita. Desgra- ciada cuqndo te doy precisamente la más grande prueba de amor, pidiéndote permiso para hablar a mi madre?

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