La Perricholi, t. 2

L ' A PERRICHOLI 9. Dirijamos nuestra lente a la segunda etapa de la vi- da de Micaela Villegas. Corre el mes de abril de 1781. La tarde está serena y diáfana. Sobre el azul infi- nito flotan nubes maravillosas, en su gama de colores y formas fantásticas. El sol baja a occidente entre man- tos incendiados; el cerro de San Cristóbal destaca su os- cura silueta sobre tules de esmeralda y oro resplandeden- tes; la temperatura suave invita al paseo; las aguas can• tadnas del Rímac corren entre las piedras pulidas, le- vantando altas crestas de plateada espuma. Y en esta bella tarde, Micaela, Manuelito, Echarri, Mónica, la esclava engreída, el maestro del niño, y otras personas que intervienen en la vida de la célebre artista, reviven en las ondas aéreas, para decir a los oyentes, ele sus luchas, sus preocupaciones, sus penas y sus alegrías. En la espaciosa casona que Micaela habita. MAESTRO.-¿ Da licencia, doña Micaela? l\1ICAELA.-Pasad, maestro. ECHARRI (Aparte).-Trae cara de ajusticiado. ¿Qué le habrá hecho l\!Ianuelito? MAESTRO (Vacilante).-Señora Micaela... yo... a la verdad... · MICAELA (Impaciente).-¿ Qué os pasa, don Am- brosio? Decid de una vez: ¿qué nueva diablura ha he- cho Manuelito? MAESTRO.-Es el caso, ·señora Micaela... que no está conmigo... ECHARRI.-¿ Cómo no está con vos? ¿No habíais comenzado la lección cuando yo pasé por el cuarto, ha'"7 ce un rato? MAESTRO.-Sí, hace un buen rato: dos horas que comenzamos, más a poco me pidió licencia para... para... MICAELA.-Bien... bien, para cualquier cosa; ¿y no regresó más? MAESTRO.-Eso es, doña Micaela, no regresa y la tarde termina ya.

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