autocontrol de las emociones, la previsión de las consecuencias de las acciones, la disciplina y la austeridad en el trabajo y en la vida personal. Las transformaciones señaladas implicaron también cambios en las relaciones sociales y en los usos, formas de comportamiento y de expresión de los afectos, sentimientos y emociones; en suma, modificaciones en los hábitos, en la sensibilidad y en los modos de conocer, orientarse y comunicarse de las personas. Elias (1994) señala que dichos cambios produjeron también una modificación de la estructura psíquica de los individuos en pro de una mayor injerencia de los mecanismos conscientes de control interno —en desmedro de los resortes impulsivos— en la regulación de la conducta individual. Los cambios a nivel individual están directamente conectados con las modificaciones en las relaciones sociales, en las redes de interdependencia funcional económicas y políticas, ampliadas y posibilitadas por la institucionalización del Estado centralizado, por la configuración del mercado interno y por los nuevos tipos de asociación entre particulares. Las transformaciones ocurridas en la modernidad dieron lugar al proceso de individuación por el cual los actores sociales modifican su sistema de orientación de la conducta, basado en la tradición y en los lazos locales y familiares, para asumir otro que les exige tomar decisiones propias frente a un mundo social más amplio y cambiante; mientras que la identidad personal se convierte en un reto que demanda una recreación permanente. «El hombre de la calle moderna, lanzado a la vorágine, es abandonado a sus propios recursos y obligado a multiplicarlos desesperadamente […] la vida urbana impone estos movimientos a todos, pero a la vez impone nuevas formas de libertad»146. Simmel, en su ensayo Las grandes urbes y la vida del espíritu147, señala que el individuo de la urbe moderna trata siempre de conservar la autonomía y peculiaridad de su existencia frente a la prepotencia de la sociedad debido a que ha pasado por un acrecentamiento de la vida nerviosa, el cual tiene su origen en el rápido e ininterrumpido intercambio de posiciones internas y externas148. Para enfrentar estos cambios la persona urbana requiere desarrollar una aptitud intelectualista, pues el entendimiento, señala Simmel, posee mayor facilidad de adaptación a los cambios debido a su capacidad de ser objetivo. El individuo se procura así una defensa anímica frente a las corrientes y discrepancias del medio externo149. Esta capacidad es adquirida básicamente a partir de una evolución de los círculos sociales. 89
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