Rutsi, El Pequeño Alucinado
bi pueda óir mi voz y para jugar .con ella, corriendo por el sendero que conduce a su cabaña. Y quiero ser hombre para saber lo que hay detrás de esta inmensi- dad verde, y para ver a dónde alumbra el sol, cuando desaparece tras de las altas copas de los árboles". El P"adre Río lo 1niró extrañado. En realidad, nun- ca había oído petición semejante de un geniecillo. Cuan- do lo pensó un poco 1nás, montó en cólera y ordenó al pobre Ru tsí que no volviera a incomodarlo con sus impertinencias. Esa noche el Padre Río se agitó tur- bulento entre su lecho , sin poder conciliar el sueño, y el pobre geniecillo se ocultó entre los platanares, sin tón1ar parte en las travesuras de sus alegres compañe- ros. Pasado algún tietnpo, Rutsí se había vuelto tan melancólico que el P adre Río estaba muy preocupado. lo mandó llamar y trató de disuadirlo con buenas ma- neras de su loco int en to. Le mostró los inconvenientes que hallaría, lo difícil que sería su vida, acostumbrado como estaba a holgar todo el día libremente, sin cono- cer los t rabaj o's y penalidades que agobian a los hom- bres. Pero Ruts í era un geniecillo testarudo y no quiso hacer caso de consejos. Entonces el Padre Río le prome- tió consultar a la Runa-marna, vieja hechicera que v"i- vía en una cueva solitaria arrancándole sus secretos a la naturaleza . Ella preguntaba al tibi, ave fatídica, que can ta en las noches para anunciar las desgracias y al Chuyachaqui, diablo burlón de pies desiguales que se encarga de extraviar al caminante. Ella sabía 13
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