La demora en contestar una comunicación es considerada con frecuencia como una falta de interés por el receptor. Ello se percibe en la vida cotidiana. Los estadounidenses, por ejemplo, cuando invitan a su casa, lo hacen con antelación para que la gente se programe. A nadie se le ocurriría invitar el día anterior, ni quedarse más allá de lo prudente o previamente marcado en la convocatoria. La previsión y el orden del tiempo es una característica muy particular para hacer negocios y proyectarse, por eso inventaron las agendas y también el método PERT-CPM, ya que articulan las ideas según un orden cronológico y definido, pues el único argumento válido para invertir el tiempo en algo es la obtención de un beneficio concreto. En cambio, en nuestra realidad latinoamericana, la palabra tiempo significa hora y simultáneamente condición climática, representa oportunidad o estado de las cosas y ánimo de las personas. No hay diferencia sustancial. Nadie se preocupa por contestar rápidamente una nota de pedido ni por confirmar una compra. La prórroga y las disculpas forman parte de la cultura e idiosincrasia de nuestros pueblos y pocos ejecutivos tratan de superarlas. Los empresarios, y más aún los funcionarios gubernamentales latinoamericanos —con algunas excepciones, como es el caso de Cuba—, acostumbran hacer esperar a las personas treinta minutos o una hora, sin creer que con ello están ofendiendo a alguien. Incluso las invitaciones se hacen el mismo día, sobre todo en el Perú, Ecuador, Bolivia, Paraguay y, en menor grado, en Brasil. Hay diferencias relativas y particulares en Cuba. Para los árabes, el tiempo no exige puntualidad ni planificación para su uso racional. Se mide el tiempo en relación con la calidad y prestigio de la otra parte o sujeto; mientras más alto sea el nivel económico y social de una persona, se le dispensará mayor celeridad y agilidad en las decisiones o servicios, en tanto que si no es de importancia, el uso del tiempo será lato. Los familiares tienen prioridad según su grado de parentesco. Los plazos límites o las conminaciones son vistos como insolencia y descortesía, y en la casi totalidad de los casos, nadie les dará importancia. Los japoneses tienen un concepto muy amplio del tiempo. La desesperación y el apuro por negociar o llegar a acuerdos no está en el vocablo ni en el patrón cultural. Para ellos, una negociación puede durar años; son los reyes de la paciencia, no en vano son tradicionalmente pescadores. La falta de respuesta rápida no significa que un japonés no tenga interés, sino que se está tomando su tiempo. 48
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